Tener buen corazón.

 Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien. Lo solemos decir todos cuando nos referimos a una persona buena de verdad: tiene un buen corazón, comentamos. No nos referimos, lógicamente, a la salud de la víscera cardíaca que bombea la sangre de la vida por todo nuestro cuerpo, sino que estamos indicando con esta expresión que esa persona es rica en humanidad, en entrega, en bondad, en belleza interior, y por eso tiene un buen corazón.
      Hay una festividad muy particular en el calendario cristiano de la Iglesia: la fiesta del Corazón de Jesús, y tenemos todo un mes a él dedicado, como piadosamente hemos vivido mayo aprendiendo de María. Quizás en otro tiempo se ha podido prestar a una devoción dulzarrona que ha llegado incluso a distraer el hondo significado que tiene esta celebración, pero hoy podemos correr el riesgo de estar faltos de una sana espiritualidad que llene de afecto nuestro amor por el Señor y haga amable nuestra gratitud por su dulce entrega.
      Jesús mismo lo dijo en una de las confidencias que tuvo con sus discípulos: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Es toda la vida del Señor el mejor comentario de cómo eran los latires tan llenos de ternura y mansedumbre de su propio corazón. Hemos visto palpitar ese Corazón de Jesús cuando ha llamado a sus discípulos por su nombre, cuando ha llenado de buen vino los cántaros vacíos de aquella boda en Caná, cuando ha enjugado las lágrimas de quienes lloraban la pérdida de sus seres más queridos como la viuda de Naím, cuando ha devuelto la dignidad a la mujer que estaba a punto de ser apedreada por quienes de ella se aprovecharon, cuando observaba la limosna generosa de una mujer pobre que se acercaba al Templo para dar todo lo que tenía, cuando concedió una siempre posible oportunidad al buen ladrón en la prórroga de la existencia, cuando fue capaz de perdonar a quienes no tuvieron para Él perdón quitándole la vida.
      A lo largo de todo el mes de junio estaremos más prendados y prendidos en esa bondad divina tal y como se ha manifestado en el buen corazón de Jesucristo. Tantas otras muchas cosas se han reconocido como excelentes en el Señor, pero esta de su corazón bondadoso es la que toca tal vez la fibra más honda y determinante de su mensaje y de su redención. Dios podría habernos salvado de tantos modos. De hecho había quienes se imaginaban al Mesías como guerrillero ante el romano invasor como creían los zelotes, o como gendarme de las esencias religiosas de Israel como pensaban los fariseos. Pero apareció el verdadero Mesías como alguien diferente, alguien que nos acercó precisamente los latidos del corazón de Dios. Y su palpitar nos ha mostrado las entrañas misericordiosas del  Señor. No estamos ante un Dios distante, abstracto, duro e implacable, sino ante un Dios que ha querido ser vulnerable, no por debilidad sino por amor. Y sus heridas nos han curado, como dice Isaías.
      Sólo así podemos comprender las parábolas preciosas de la misericordia, como la que nos relata el Evangelio: un pastor bueno que habiendo perdido una oveja de las cien que poseía, deja a buen recaudo las noventa y nueve restantes y sale presuroso en búsqueda de la que le falta, de esa oveja extraviada que para él es única e irrepetible, nunca una oveja clonada. Y busca y busca hasta encontrarla, y cuando la halla reúne a vecinos y amigos para que se alegren con él, por haber encontrado lo que tan pesarosamente había perdido. Este es uno de los retratos del Corazón de Dios.
      ¿Hay algún extravío nuestro que sea fatalmente despreciable por nuestro Dios? ¿Existe un error del que no podamos regresar hasta la verdad nuevamente abrazada? Lo que nos muestra esta fiesta del Corazón de Jesucristo es que su amor y misericordia son infinitamente más grandes que nuestra pequeñez y torpeza. Si al mundo lo salvará la ternura, decía el gran poeta Rainer María Rilke, esa ternura se ha hecho rostro, abrazo y corazón en la misericordia entrañable de nuestro Dios y Señor.
      Recibid mi afecto y mi bendición.

Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca.