La exaltación de la Santa Cruz (13-9-2015)

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      El 14 de septiembre celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Rezamos en la liturgia de ese día: “¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! // Jamás el bosque dio mejor tributo // en hoja, en flor y en fruto”.  

1) Es una cruz habitada. No veneramos un objeto, sino que adoramos a quien en la cruz se entrega y se manifiesta. En la cruz reconocemos al Crucificado, el mismo Jesús que caminó decidido y libre hacia Jerusalén, donde iba a consumar su sacrificio. El mismo que fue anunciado por los profetas y que pronunció palabras de vida eterna. El mismo que sanó las heridas de los corazones, que curó los cuerpos desgarrados por las enfermedades, que alivió el dolor con su presencia que acompaña. El mismo que proclamó que el Reino de Dios llegó en su persona y en su obra, con su palabra y su silencio. El mismo que congregó en torno a sí un grupo de Doce discípulos, a quienes eligió para que estuvieran con Él y a quienes envió como testigos de la Buena Noticia.  Una cruz habitada por Jesucristo, que por nosotros y por nuestra salvación padeció insultos y salivazos, rechazo y desprecios, odio e ignominia. El mismo que experimentó la crueldad del dolor físico, que compartió la angustia del sufrimiento de toda la humanidad cargándolo sobre su espalda, y que vivió el dolor social al contemplar cómo le abandonaban los suyos.  Una cruz habitada por la luz de la resurrección. Vemos al Crucificado y creemos en el Resucitado. Del costado abierto de Cristo manan sangre y agua, símbolos de la eucaristía y del bautismo. Un costado traspasado que es el manantial de donde brota la Iglesia, su vida y su misión. A los pies de la cruz habitada hacemos profesión de fe y reconocemos que, verdaderamente, este hombre es el Hijo de Dios.    

 2) Es una cruz elocuente, que nos habla de amor hasta el extremo, de entrega filial (Jesús acepta totalmente la voluntad del Padre como Hijo) y fraterna (Cristo no nos llama siervos, sino amigos y nos congrega como hermanos). Tiene un doble trazado: vertical y horizontal. La dimensión vertical expresa la recepción agradecida del amor procedente del Padre y la máxima capacidad de respuesta a ese amor. El segmento horizontal extiende y despliega un amor generoso abierto al perdón y a la reconciliación. Es un amor difusivo, misionero, testimonial.  Una cruz que habla, desde el silencio, pero con un mensaje que inunda nuestro ser.  

3) Es una cruz que compromete. En ella percibimos una llamada incesante a oír la voz del Señor, a poner en práctica sus palabras, a comunicar, con el testimonio de la vida, su propuesta. La cruz no nos deja indiferentes. Produce en nosotros una sacudida interior que nos despierta del letargo, nos anima en la responsabilidad y nos estimula para vencer la inercia.  La cruz señala el principio de una vida diferente, renovada. La cruz, hincada en la tierra, nos señala la urgencia de construir nuestra vida sobre la piedra angular que es Cristo. Tenemos experiencia de construcciones edificadas sobre materiales efímeros, como la arena de nuestros sueños o la inconsistencia de nuestros propósitos. Jesús es la roca, el fundamento, que nos asocia a su persona para ser piedras vivas y colaborar activamente en la construcción de su Iglesia.   “Al Dios de los designios de la historia, // que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza; // al que en la cruz devuelve la esperanza // de toda salvación, honor y gloria. Amén”.

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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