El Señor vive hoy (27-9-2015)

EL SEÑOR VIVE HOY

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      La misión evangelizadora de la Iglesia consiste en anunciar a Cristo hoy, en destacar su contemporaneidad con nosotros, con nuestras vicisitudes, nuestra realidad y nuestra vida.  

      Con frecuencia hablamos de lo que Jesús dijo e hizo. Sentimos aprecio y devoción por la tierra en que nació, por los senderos en los que anduvo, por los paisajes en los que vivió. Nos apasiona conocer detalles geográficos sobre las ciudades que visitó, los ríos, las montañas, lo pozos que conoció. Y, de un modo casi imperceptible, su figura va quedando en el pasado, como un grato recuerdo.  

      Pero Jesucristo es un ser vivo, no un vestigio arqueológico de un tiempo pretérito, ni un personaje de sugerente memoria cuya causa se perpetúa en sus seguidores.  

       El Pueblo de Dios que camina en el tiempo está llamado a dar testimonio de la actualidad de Jesucristo, de su presencia y de su acción, del vigor de su palabra y de la belleza de su mensaje. El Pueblo de Dios, que peregrina hacia el Reino definitivo, tiene que ser fiel a Dios en la actualidad.  

       Dios se ha hecho hombre no en un instante de la historia de la humanidad. La encarnación de Dios no es simplemente un punto de contacto de la divinidad con nuestra vida humana. La encarnación es ley de la revelación. Dios alcanza la cima de su manifestación haciéndose hombre para redimir todo lo humano.      

         Estamos llamados a descubrir los signos de la presencia de Jesucristo en medio de nosotros. Estamos convocados a descubrir el designio de Dios, su proyecto, su dibujo, su voluntad, que se va desarrollando a través de obras y palabras estrechamente unidas entre sí.      

        Jesucristo Resucitado impulsa toda la creación hacia su meta plena y definitiva. Atrae con potente magnetismo todo hacia sí. Invita a reorientar la propia vida hacia Él. Porque está a nuestro lado, como invisible y cercano compañero de camino. Invisible porque está más allá de nuestra capacidad visual. Cercano, porque se da a conocer en su Palabra, en los sacramentos, en la comunidad eclesial, y se identifica con aquellos que Él mismo denomina “mis hermanos más pequeños” (Mt 25,40), es decir, el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo, el encarcelado.   

       Jesucristo es el único que tiene palabras de vida eterna. El es único en el que palabra y vida se identifican sin mentira ni contradicción. Es el único que sigue pronunciando palabras tan antiguas y tan nuevas, palabras que proceden de la eternidad y poseen la frescura del pan recién horneado.  

     Jesucristo está presente en los sacramentos, a través de los cuales nos introduce en un proyecto de amor. Nos da nueva vida con el Bautismo; nos concede su Espíritu en la Confirmación; nos nutre en la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana; nos perdona y reconcilia en el sacramento de la Penitencia; sana y fortalece en la Unción de enfermos; bendice el amor en el Matrimonio; unge para el servicio en el Orden sacerdotal.   

      Jesucristo se identifica con el rostro sufriente del necesitado. Su perfil sigue experimentando rechazo e ignominia.  

       Quienes creen en Dios y confían en las promesas cumplidas en Jesucristo, trabajan con intensidad en el tiempo presente y aguardan pacientemente la gloria futura. Y forman una gran familia que es la Iglesia.

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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