Corpus Christi-Día de la Caridad (18-6-2017)

CORPUS CHRISTI, DÍA DE LA CARIDAD

      Queridos hermanos en el Señor:      

      Os deseo gracia y paz.

      Jesucristo nos prometió: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20). Él perpetúa su entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. En cada Eucaristía no recibimos de un modo pasivo a Jesucristo, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega, porque de la celebración litúrgica brota el amor desbordante.       

        La Eucaristía es el sacramento del amor de Dios, el sacramento de la Caridad y la fuente del amor de Dios que se encarna y expresa en la acción caritativa y social de la Iglesia en favor de los pobres y excluidos, en favor de los últimos y no atendidos, en favor de los descartados y más vulnerables.  Benedicto XVI escribió en su Encíclica “Deus caritas est”: “la "mística" del sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor con todos los demás que comulgan (…). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos” (DCE, 14).  Cuando el Papa Francisco destaca la dimensión social de la evangelización, nos recuerda: “Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia, lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro "considerándolo como uno consigo". Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien” (Evangelii gaudium, 199).  No se pueden separar Eucaristía y Caridad. No es posible vivir una al margen de la otra. Santa Teresa de Calcuta afirmó: “tenemos mucho trabajo. Nuestros hospitales y nuestras casas de moribundos está llenas en todas partes. Cuando comenzamos a tener la adoración diaria, nuestro amor a Cristo se volvió más íntimo; nuestro amor mutuo, más comprensivo; nuestro amor a los pobres, más misericordioso, y el número de las vocaciones se ha duplicado”.  En la solemnidad del Corpus Christi nos sentimos llamados a secundar las iniciativas de Cáritas que nos recuerda que estamos “llamados a ser comunidad”. Hemos de vivir una auténtica espiritualidad de la comunión. San Juan Pablo II enseñó: “Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como "uno que me pertenece", para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un "don para mí", además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber "dar espacio" al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias” (Novo Millennio Ineunte, 43).      

       Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca