Salir al encuentro del Señor (3-12-2017)

SALIR AL ENCUENTRO DEL SEÑOR

        Queridos hermanos en el Señor:

        Os deseo gracia y paz.    

         Comenzamos un nuevo año litúrgico con la alegría de salir al encuentro del Señor, que se acerca a nosotros. El tiempo que hoy se inicia posee un relieve especial. El Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. A lo largo de estas semanas se nos invita a detenernos en silencio para captar una presencia y para reavivar en nuestro corazón la espera del Señor, “el que es, el que era y ha de venir” (Ap 1,8).  El Señor vino a nuestra historia a través de la Encarnación en la Virgen María. Llegará en su última venida al final de los tiempos. Y continúa viniendo hasta nosotros cuando llama a la puerta de nuestro corazón, deseoso de compartir nuestro tiempo y nuestra vida. También hoy busca una morada, pero se trata de una morada viva, nuestra vida personal.  En estas semanas de Adviento, la liturgia nos repite con insistencia que debemos despertar del sueño de la rutina y de la mediocridad, que debemos abandonar la tristeza y el desaliento, porque el Señor está cerca. Recibimos un saludable llamamiento que nos recuerda que Dios viene, como vino ayer, y como vendrá mañana, pero que nos espera en un gozoso encuentro hoy, ahora.      

       El Dios que viene nunca deja de pensar en nosotros, desea encontrarse con nosotros y visitarnos. Quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. 

        Adviento nos prepara para disponernos a acoger al Salvador. Los cristianos estamos siempre vigilantes, animados por la íntima esperanza de encontrar al Señor, como dice el Salmo: “Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra. Mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora” (Sal 130[129],5-6).  No es lo mismo esperar pasivamente que vivir en esperanza activa. Podríamos esperar un acontecimiento con resignación, con tedio y tristeza. Pero Adviento nos dispone a orientar nuestra vida hacia una Persona y nos repite que Dios está aquí, que no se ha retirado y no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo con los ojos físicos ni tocarlo con nuestros sentidos, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.  Benedicto XVI escribió: “Existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en ese momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente. (…) vivamos intensamente el presente, donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza” (Homilía en las primeras Vísperas de Adviento, 28 diciembre 2009).  Adviento es un camino hacia Jesucristo. Adviento nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia, porque volvemos a descubrir la belleza de estar todos en camino a través de los senderos del tiempo. Se trata de una peregrinación universal hacia una meta común, porque Jesucristo es, al mismo tiempo, el guía y la meta de nuestra peregrinación.  En Adviento es posible renovar el horizonte de la esperanza. Sentimos la necesidad de volver a levantarnos, de ponernos en camino, de comenzar de nuevo, de volver a encontrar el sentido de la meta y la orientación definitiva de nuestra vida. La esperanza no decepciona porque el Señor es fiel.  A lo largo del sendero encontraremos la serenidad y la alegría de la que nada ni nadie podrán privarnos. Porque nuestra alegría es el Señor, su amor fiel e inagotable.  ¡Feliz Adviento!

          Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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