Jesucristo Rey del Unibverso (24-11-1019)

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
     
      Queridos hermanos en el Señor:
      Os deseo gracia y paz.
     
      El año litúrgico llega a su fin. A lo largo del tiempo de gracia que el Señor nos ha concedido, hemos celebrado las grandes etapas de la historia de la salvación. El designio de Dios sobre toda la creación, sobre la humanidad y sobre cada uno de nosotros, desplegado en el tiempo, nos permite reconocer el proyecto de salvación de Dios, su plan que se revela poco a poco en la historia.
      El año litúrgico nos introduce en la revelación de Dios como Amor. Vamos saboreando lo que significa que Dios es “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” (Ex 34,6). Él es Verdad, Bondad, Luz, Belleza, Paz. Así vamos conociendo con mayor profundidad la voluntad de Dios, como afirma san Pablo: “no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 2).
      Los profetas anunciaron con palabras nítidas el designio de Dios: “Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Os 6,6); “Hombre, se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor quiere de ti: tan solo practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con tu Dios” (Miq 6,8).
      Dios Padre nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad, el plan que había proyectado realizar en Cristo. Jesucristo es Rey del universo porque “todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él” (Col 1,16-17).
      Celebrar que Jesucristo es Rey del universo significa creer y agradecer que Él es el Pan de vida; la Luz del mundo; la Puerta de las ovejas; el Buen Pastor; la Resurrección y la Vida; el Camino, la Verdad y la Vida; la Vid.
      Celebrar que Jesucristo es Rey del universo significa escuchar su palabra y reconocer que Él nos dice: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
      Jesucristo es Rey del universo y también del pequeño universo de nuestro corazón, del microcosmos que sintetiza en minúsculo el tiempo y el espacio. Y se trata de un corazón habitado: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).
      Incluso en medio del dolor, podemos “traer a la memoria” la fidelidad de Dios, como leemos en el libro de las Lamentaciones: “Recordar mi aflicción y mi vida errante es ajenjo y veneno; no dejo de pensar en ello, estoy desolado; hay algo que traigo a la memoria, por eso esperaré: Que no se agota la bondad del Señor, no se acaba su misericordia; se renuevan cada mañana, ¡qué grande es tu fidelidad!” (Lam 3,19-23).
      Al final de los tiempos veremos a Dios cara a cara y le conoceremos como hemos sido conocidos y amados por Él: “Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios” (1 Cor 13,12).
      Llegará un día en que seremos iluminados por el Señor: “Y verán su rostro, y su nombre está sobre sus frentes. Y ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22,4-5).
     
      Recibid un cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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