Nuevo Adviento (1-12-2019)

NUEVO ADVIENTO

      Queridos hermanos en el Señor:  

      Os deseo gracia y paz.        

      Con el primer domingo de Adviento comenzamos un nuevo año litúrgico. Cuando hablamos de “nuevo” solemos referirnos a lo hecho, creado o empezado recientemente; lo que ocurrió hace poco tiempo. Pero también lo “nuevo” es algo fresco, algo que ha sido renovado.      

       Precisamente porque tenemos experiencia de otros advientos,  nos situamos con ánimo renovado y agradecido ante el nuevo don que el Señor nos regala y nos muestra como oportunidad. Un don que consiste en su misma persona. Él mismo se nos ofrece como amigo, acompañante, guía, custodio de nuestros pasos, garante de nuestra esperanza, seguridad en nuestros caminos, refugio y consuelo.      

       El Señor se acerca. ¡Qué inmensa alegría! A lo largo de la historia, muchas personas se han acercado cada día a un punto concreto de tantos pueblos y ciudades para otear el horizonte y divisar en lontananza a los hijos que vuelven a casa. Como hizo Ana, madre de Tobías: “Ana estaba sentada, con la mirada puesta en el camino por donde debía volver su hijo” (Tob 11,5). También vivió esta experiencia el padre misericordioso del hijo pródigo: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas” (Lc 15,20).      

       Ahora el Esperado de todos los tiempos es quien se aproxima. Adviento es un dulce amanecer para experimentar que el Señor viene. Se acerca “el que es, el que era y ha de venir” (Ap 1,8).      

       Adviento es un tiempo de gracia para expresar gratitud. El Señor se acerca para que podamos parecernos a Él. Para hacer nuestros sus criterios, su estilo de vida, su mirada entrañable, su solicitud hacia todos, especialmente los más vulnerables y marginados. Para escuchar su palabra que nos abre a otro mundo donde desaparecen las rencillas, las mezquindades, y se instaura la justicia, la paz, la bondad, la gracia, el perdón.      

       A nuestro alrededor, el mundo experimenta continuamente zozobra, inquietudes, tensiones, recelo, desconfianza, desesperanza. Adviento significa un nuevo despertar cuajado de posibilidades. Adviento nos trae el aliento fresco de un nuevo día recién estrenado.      

       Cuando se pierde el vigor de la esperanza, el profeta Isaías nos anuncia: “los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan” (Is 40,31). Y también: “los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción” (Is 35,10).       Adviento es presencia, llegada, venida. Es gozoso anuncio de que el Señor está cerca. Él no nos ha abandonado ni nos deja solos en ningún momento.      

       Benedicto XVI dijo al comienzo de Adviento en el año 2005: “En cierto sentido, el Señor desea venir siempre a través de nosotros, y llama a la puerta de nuestro corazón: ¿estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Esta es la voz del Señor, que quiere entrar también en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros. Busca también una morada viva, nuestra vida personal. Esta es la venida del Señor. Esto es lo que queremos aprender de nuevo en el tiempo del Adviento: que el Señor pueda venir a través de nosotros”.      

        En nuestro itinerario a lo largo de las próximas semanas, nos acompaña la Virgen María, Madre de la esperanza, Mujer expectante, que se mantuvo siempre vigilante y activa en la espera.      

       ¡Feliz Adviento! ¡Feliz Nuevo Año litúrgico!               

        Recibid mi cordial saludo y mi bendición.      

+Julián Ruiz Martorell, obsipo de Jaca y  de Huesca

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