Una oportunidad para ser mejores (28-6-2020).

UNA OPORTUNIDAD PARA SER MEJORES

      Queridos hermanos en el Señor:
      Os deseo gracia y paz.
      Las calles de los pueblos y ciudades recuperan el movimiento. Las plazas se llenan de conversaciones que ponen de manifiesto un diálogo que ha estado interrumpido para el encuentro de las miradas, aunque haya habido intercambio de retazos de vida a través de los procedimientos telemáticos.
     Ahora nos volvemos a ver en proximidad, aunque con precauciones sanitarias y distanciamiento social. Algunas personas han sufrido las consecuencias de la enfermedad y su salud se ha quebrado. Otras, nos han dejado y han alcanzado la meta definitiva de sus vidas. También observamos algunos rostros avejentados, como si sobre los hombros de nuestros conocidos hubiesen caído, de repente, una decena de años.
     Hemos experimentado conjuntamente nuestra común vulnerabilidad y la fragilidad de nuestras vidas. Ni lo sabemos todo, ni lo alcanzamos todo, ni todo puede ser objeto de nuestra posesión o dominio. Nos hemos visto de otra manera y ha cambiado nuestro modo de ver y de mirar.
     El ritmo de nuestras actividades ha cambiado. Si hasta hace unos meses concedíamos prioridad a nuestros quehaceres, hemos descubierto muchas cosas que no hemos podido hacer y que, tal vez, constituían el fundamento de nuestra identidad. Pero, realmente, nuestra identidad, nuestra vida y nuestra misión necesitan una puesta a punto, un reajuste.
     Hemos tenido tiempo para pensar más. Lo importante es que sepamos pensar mejor. Estos meses de confinamiento, y las sucesivas fases de desconfinamiento, tienen que ser la base de una mejoría en nuestras vidas. Una oportunidad para revisar nuestras prioridades vitales, un momento propicio para valorar nuestro estilo de vida, una ocasión para orientar nuestra relación con los demás. Incluso debemos replantear nuestro vínculo con la creación. Los animales, los campos, los ríos, los valles y las montañas nos están diciendo que es preciso respetar los ritmos que se han mantenido durante siglos y milenios y que nosotros no podemos alterar impunemente.
      Los acontecimientos, incluso los más tristes y desgarradores, no suceden por casualidad. Detrás de cada uno de ellos hay un proyecto, un designio, una historia de salvación. Detrás de cada fragmento de vida se manifiesta y expresa la divina providencia. Nada es casual porque todo tiene una causa y unos efectos.
Dios tiene algo que decirnos, personal y comunitariamente. La respuesta generosa de muchas personas, a través de la creatividad de la caridad, por medio de la fantasía del amor, nos hace comprender que la mera resignación no es válida y que el fatalismo nihilista, la ausencia de sentido, nos repliega más sobre nosotros mismos y nos incapacita para encontrar luz y para ser capaces de iluminar y acompañar a quienes sufren a nuestro lado. Conocemos historias, narraciones bellísimas, comportamientos ejemplares, reacciones que por ser humanas, genuinamente humanas, son divinas. Porque Dios está continuamente alentando en los corazones respuestas sorprendentes. Dios no es solamente Aquel que en el pasado realizó maravillas, sino que nos anima y acompaña en el presente, por más recio que sea, y nos atrae desde el futuro con su propuesta de vida, vida abundante, su gracia de amor, su regalo de verdad, belleza y plenitud.
      Si no hemos crecido, todavía tenemos la oportunidad de crecer. Ha llegado el momento de despertar, de ponerle nombre a lo que hemos vivido, sufrido y compartido juntos. Ya no olvidaremos el rostro de los vecinos con los que nos hemos encontrado de un modo diferente, más cordial, en el sentido etimológico de corazón a corazón. Hemos aprendido a compartir “codo con codo” y no “a codazos”.
      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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