"El susurro de una brisa suave" -I Re 19, 12-. (24-7-2011)

“EL SUSURRO DE UNA BRISA SUAVE” (1 Re 19,12)

      Queridos hermanos en el Señor:
 Os deseo gracia y paz.

 El Primer libro de los Reyes recoge un episodio muy significativo de la vida del profeta Elías. Dios se le manifiesta de un modo misterioso. Dice el texto: “Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor. Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Después del fuego el susurro de una brisa suave” (1 Re 19,11-12).
      Existe un fuerte contraste entre el huracán, el terremoto y el fuego, manifestaciones características de las religiones de los pueblos vecinos, y la suave brisa, el silencio del desierto.
      Las traducciones recogen matices de esta expresión: “el murmullo de un silencio”, “una brisa tenue”, “un ligero susurro”, “un suave susurro de brisa”. Es difícil expresar la suavidad con la que Dios dirige los designios de la historia.
      En nuestro lenguaje habitual, la palabra sólo puede ser pronunciada y escuchada en el silencio. Cuando las palabras no dejan espacio al silencio sino que lo superan, ya no hay armonía, sino desequilibrio en la vida.
      Recordamos el célebre pasaje bíblico: “Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo” (Sab 18,14-15). La Palabra de Dios se abre camino en medio del silencio apacible y en mitad de la noche. 
      San Juan nos narra en su evangelio la escena de los griegos que se acercan a Felipe y le dice: “queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). Comenta el Santo Padre: “Como los peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes, no solo que "hablen" de Jesús, sino que "hagan ver" a Jesús, que hagan resplandecer el rostro del Redentor en cada ángulo de la Tierra ante las generaciones del nuevo milenio, y especialmente ante los jóvenes, destinatarios privilegiados y sujetos activos del anuncio evangélico. Éstos deben percibir que los cristianos llevan la palabra de Cristo porque Él es la Verdad, porque han encontrado en Él el sentido, la verdad para sus vidas” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2010).
      Quien no conoce “largos silencios luminosos”, jamás podrá iluminar con la palabra. Necesitamos escuchar palabras que poseen una carga infinita de silencio. Tenemos necesidad de silencios luminosos, plenos. “El hombre debe beneficiarse, cada vez, de la eficacia de la palabra y de la inocencia del silencio” (O. Ducrot).  Con el silencio, la palabra, además de ser genuina y auténtica, se transforma en hecho, en acontecimiento.
      La Carta de Santiago nos exhorta: “que toda persona sea pronta para escuchar, lenta para hablar” (Sant 1,19). Y además: “Si alguien se cree religioso y no refrena su lengua, sino que se engaña a sí mismo, su religiosidad está vacía” (Sant 1,26).
      Escuchemos el consejo de la primera Carta de Juan: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras” (1 Jn 3,18).

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.


+Julián Ruiz Martorell, obispo de Huesca y de Jaca

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