Comentario evangélico. Domingo 15 C Ordinario.
Domingo XV del tiempo ordinario, 14 de julio de 2013. Ciclo C, Lucas 10,25-37
Dar más de lo requerido.
Es claro que la actitud del maestro de la ley que se acerca hasta Jesús no es honesta. Ya, desde el principio se nos dice que quería “ponerlo a prueba”. Sin embargo Jesús lo acogerá con respeto y responderá a su pregunta recurriendo a la Ley revelada por Dios. Su interlocutor responde perfectamente, el resumen de la Ley es amar con todas las fuerzas a Dios y al prójimo. Jesús le felicita por su respuesta y le indica que ese es el camino que ha de seguir para alcanzar la vida. El judío, no satisfecho, sigue preguntando, Jesús le responde con la parábola del buen samaritano. Este relato es una de las páginas más hermosas de los Evangelios (solo lo encontramos en Lucas). Su objetivo: demostrar cómo es el corazón de Dios. La teología lucana persigue mostrar la entrañable misericordia de Dios. Y Dios no es mezquino a la hora de querer al hombre, lo quiere con pasión. Por eso hay dos formas preciosas de rezar con el relato del buen samaritano.
Primera: identificando a Dios con el buen samaritano. Así es Dios, el que da más de lo requerido, no solamente cura con delicadeza al hombre apaleado, sino que lo monta en su propia cabalgadura, lo lleva a una posada, lo cuida también allí y, por último, se compromete a pagar su estancia. Muchos se habrían limitado a curarle las heridas y a lo sumo, acompañarle un tramo del camino. Otros, como ese sacerdote y ese levita (ejemplos nefastos) pasaron de largo, evidenciando así su falta de misericordia. A veces pensamos que Dios está inactivo o silencioso, es interesante contar los verbos que describen la acción del buen samaritano, en poco más de dos líneas tenemos más de 10 verbos que describen el hacer de Dios para el necesitado (llegó a él, lo vió, sintió lástima, se le acercó, le vendó,…etc). Lógicamente, esta primera lectura de esta parábola, nos invita a cada uno de nosotros a intentar imitar ese corazón de Dios que siempre da más de lo que el hombre requiere, da sin medida. Así estaremos amando de corazón a nuestros prójimos: los encontremos al borde del camino, o estén en nuestra propia casa, o en nuestro grupo de la parroquia,…
La segunda lectura de esta parábola que propongo es identificarnos con ese hombre medio muerto al borde del camino. No estaremos apaleados, pero quizás sí desanimados, preocupados, con alguna herida en nuestro corazón. Y sentirnos cómo es Dios mismo, a través de tantos buenos samaritanos que hoy existen, el que se agacha hasta nosotros y quiere sanar nuestras heridas, y quedarse con nosotros hasta que nos hayamos recuperado. Sé que es más habitual la primera lectura (identificarnos con el buen samaritano). Pero creo que para sanar a los demás antes hay que sentirse sanado. Para curar en nombre de Dios, antes hay que sentirse curado por Él. Si Dios se ha agachado ante ti y te ha curado, ¿por qué no vas a hacerlo tú con tu prójimo? Éste es el camino que lleva a la Vida.
Rubén Ruiz Silleras.