Comentario evangélico. Domingo 4 Pascua, ciclo C.

El Pastor es el Cordero

¿Quién es nuestro Pastor? Es uno de nosotros, uno que ha recorrido el camino primero; es más, nos ha abierto el camino. Es un Cordero, el Cordero del libro del Apocalipsis. El Cordero que quita el pecado del mundo, tal y como decimos en todas las misas. Es aquel que, como príncipe de la paz, ha reconciliado a la humanidad con Dios, su padre y creador: el “Cordero sin pecado, que a las ovejas salva” y que “a Dios y a los culpables unió en nueva alianza”.

¿Y nosotros?, ¿quiénes somos nosotros? “Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño”. Ovejas mansas por el don del Espíritu Santo, que hemos lavado y blanqueado nuestras túnicas en la sangre que el Cordero/Pastor ha derramado por nosotros en la Cruz. Por si fuera poco, el Cordero entregado, después de haber recibido toda su gloria, no se desentiende de aquellos por los que se ha sometido a la muerte, sino que “nos apacentará” y “nos conducirá hacia fuentes de agua viva”. Es él quien nos saca de la gran tribulación, nos hace pasar de la muerte a la vida -que esto es Pascua- y, una vez cumplido nuestro tiempo, ya en el cielo, como en un nuevo bautismo, “enjugará toda lágrima de sus ojos”.

Contemplar a Cristo Cordero Pascual es contemplar la misericordia del Padre. La misericordia, que celebraba en el segundo domingo de Pascua, está anunciada en la Biblia, pero está cumplida en Cristo y se actualiza en los siete signos o sacramentos de la nueva alianza. Se hace visible, de un modo especial, en la figura de los pastores. Los sacerdotes, por un lado, amantes de las Escrituras santas, guían al rebaño encomendado de acuerdo con el plan de Dios. Transhuman hacia un pasto que no se acaba y en el que puedan descansar por eternidad de eternidades. Los sacerdotes, por otro lado, en nombre de Cristo y por amor de él, entregan su vida por las ovejas, uniendo su sacrificio al de la Cruz, viviendo en pobreza, castidad y obediencia. En celibato, por amor de Dios y de su pueblo. Los sacerdotes, finalmente, por su ministerio de santificar, celebran los sacramentos, signos eficaces de la gracia que es Cristo y que está presente en su Iglesia.

Oremos por los sacerdotes y por todas las vocaciones de especial consagración. Oremos para que todos ellos y todos nosotros, sea cual sea nuestro lugar en la Iglesia, seamos capaces de caminar la Pascua del Señor. María, puerta de la Misericordia, nos muestra el camino, señalando a Jesús.

José Antonio Calvo Gracia.

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