Comentario evangélico. Domingo 13 Ordinario, ciclo C.

Misericordias que no son excusa
      

         Este es un domingo de llamada: “Sígueme”, dice el Señor a uno que se le acerca, a cualquiera que se le acerque. Estar cerca no significa estar con él. Estar cerca tan solo denota una posición: unos metros más o unos metros menos. Lo realmente importante, lo que quiere Jesús es que, siguiéndole, estemos con él. Las excusas para permanecer con él son muchas y variadas, incluso pueden camuflarse de propósitos nobles: seguiré mi vocación cuando mis padres falten, entraré en el noviciado después de haber vivido y haber probado todo. O, como en el evangelio, “déjame primero…”. ¡Enterrar a los muertos!, ¡enterrar a mis padres! Es noble, por un lado es obra de misericordia corporal, por otro, cuarto mandamiento. Jesús, el Señor, no discute la obra de misericordia ni el mandamiento, lo que hace es señalar la excusa para entregarse por completo a él y a la causa de su Padre. Lo que reprueba son las condiciones que se ponen. No anteponer nada al amor de Dios. Parece que la vida consagrada, por el seguimiento de Cristo pobre, casto y obediente, a través de los votos, está mejor situada en la respuesta o en el camino de la santidad, pero no es así. Los esposos también tienen que cumplir con el mismo evangelio. Y los solteros. Y los niños. Y los curas. Y todos, porque todos estamos llamados a la misma perfección de la caridad; a la misma santidad, aunque por caminos diversos, que confluyen en el único camino, verdadero y de vida, que es Jesucristo. Un camino que, además, atraviesa el mundo.
       San Josemaría, hoy es su conmemoración, hablaba de “hacer divinos todos los caminos de la tierra”. Todos. Y esto es lo que quiere Jesús: no que no enterremos a los muertos, sino que lo hagamos por amor de Dios; no que no seamos corteses, sino que la cortesía sea reflejo de la aceptación de la dignidad de hijos de Dios; no que no pongamos la mano en el arado y el arado, en la tierra, sino que lo pongamos para construir en ella la civilización del amor. Seguirle. Él nos precede en Galilea. La mirada puesta en él. El corazón, en el cielo. Para que los pies y las manos, bien en la tierra, sean alegría y gozo de evangelio en nuestro tiempo, luz y fermento de vida nueva. María, siempre virgen, puerta de la Misericordia, guiará nuestra mirada y nuestra manos.


José Antonio Calvo

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