Comentario evangélico. Domingo 17 Ordinario, ciclo C.

Rezar es fecundo
         Alguien muy querido y admirado por mí pronunció esta feliz sentencia: “Lamentarse es estéril, rezar es fecundo”. Y si dijo esto, es porque lo había comprobado. No hace falta
irnos hasta la Antigüedad y fijarnos en Sodoma y Gomorra, para saber que el que busca servir a Dios y amar al prójimo como el Señor nos ha amado está generalmente rodeado de circunstancias que le harán dificultoso el cumplimiento de su propósito. Pero estas
circunstancias adversas no tienen la última palabra, sobran los lamentos, en todo caso serán el plinto desde donde el amigo de Dios se lance heroicamente hacia los brazos de su Padre, experimentando lo que los maestros espirituales han dado en llamar santo abandono.
       Este abandono santo brota del realismo cristiano: en Dios vivimos, nos movemos y existimos; si bien soy capaz de poco; todo lo puedo en aquel que me conforta. ¿Entonces? Entonces hay que ponerse, como Abrahán, “en pie ante el Señor” y rogarle insistentemente. Entonces hay que recordarle al Señor que su “misericordia es eterna”.
       Entonces hay que “pedir”, “buscar”, “llamar”, “porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre”. Este camino del abandono en el Señor tiene como mojones la humildad de reconocer la propia indigencia y la osadía de pedirle lo necesario y lo conveniente.
   “Enséñanos a orar”. Y Jesús enseña a sus discípulos el Padrenuestro. Abba.Pater. Padre. Papá. Pero para que la oración del Señor sea una verdadera oración y no una mera repetición es necesario que el Espíritu Santo habite en nuestros corazones. Sin él, no podemos orar con la confianza real de los hijos al Padre. Ni siquiera podemos pronunciar su nombre. Y, sin embargo, el Espíritu Santo sigue siendo el gran desconocido y el poco invocado. Que venga a nosotros no resulta complicado, porque el que tenía que abrir las puertas las ha abierto de par en par: el corazón traspasado de Cristo es la puerta abierta del Espíritu. Eso era lo que no podíamos hacer nosotros, pero Cristo lo ha hecho. Ahora nosotros solo hemos de pedir que venga.
       Unidos en la Iglesia, unidos en María, puerta de la Misericordia, pedimos al Espíritu Santo que venga y que nos muestre la fecundidad de la oración.


José Antonio Calvo

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