Comentario evangélico. Domingo 20 Ordinario, ciclo C

Domingo XX “Fijando la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, Jesús, no nos dejemos “abatir por el desaliento” en el seguimiento de su voluntad y en la transmisión de su evangelio”. Los textos bíblicos de este domingo nos llevan a reflexionar sobre el signo de contradicción en este mundo que se encarna en todo aquél que busca ser fiel a Dios o a Cristo Nuestro Señor. En el Antiguo Testamento son los profetas quienes viven bajo la continua contradicción del pueblo de Israel que no comprende la fidelidad que guardan a la misión que se les encomienda. Tal es el caso de Jeremías (38, 3-6.8-10) que es rechazado cuando en medio del pueblo transmite lo que Dios le encomienda: “Esta ciudad será entregada al ejército del rey de Babilonia, y éste la tomará”. Aceptado por unos y rechazado por otros, el profeta deberá sufrir la persecución y el odio, arrojado en un aljibe, liberado después y muerto camino a Egipto. Jeremías es considerado profeta de calamidades y por ello no es escuchado, ya que sus palabras, aunque provenientes de la voluntad de Dios, no agradan a quienes buscan seguir su propio rumbo rehuyendo el compromiso con el Dios de la Alianza. La pretensión del rey Sedecías y los jefes, de aliarse con Egipto, que antiguamente esclavizaba al pueblo elegido, es rechazada por Dios, augurando el desastre en manos de Babilonia, con la consiguiente deportación masiva, si no obedecen. Si pegamos un salto en el tiempo llegamos a Jesús quien también aparece como signo de contradicción (Lucas 12,49-53) por sus obras y dichos. Al decir “¿piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división” asombra a sus escuchas, contradice el hecho de que es el Príncipe de la paz y contraría su propia afirmación: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14, 27). 2 Esta división no la causa Jesús porque quiere, sino que su Persona y enseñanzas producen división ya que existen quienes lo aceptan y aquellos que lo rechazan, separación entre quieren recibir su gracia y aquellos que prefieren vivir en pecado, sometidos al maligno. Y esto acontece en el corazón del hombre, en el interior de la familia, en la sociedad misma, hasta en nuestros propios criterios y formas de pensar, aparece siempre la división. Acerca de la vida, cuántos son los creyentes que aceptan el aborto separándose así de quienes estamos a favor de la existencia humana. ¿Qué pensamos de la familia y el matrimonio? ¿Rige el criterio de la cultura hedonista de nuestro tiempo o somos fieles a la enseñanza de Jesús y la Iglesia? ¿Cuántos deciden vivir en pareja, sin contraer matrimonio, dejando de lado la enseñanza de Jesús para acomodarse a “la moda” reinante en la materia? ¡Y lo más grave de todo es que se ha perdido el sentido del pecado de tal manera que no se piensa en la vida eterna, de cómo estamos delante del Señor con estas vivencias! ¡Cuántas veces prima más lo que piensa la gente en general y no lo que espera de nosotros el mismo Jesús! En el ámbito de lo económico también se producen divisiones profundas entre quienes desean ganarse el pan honestamente y los que sólo piensan en enriquecerse por cualquier medio hasta quedándose con lo ajeno. En todos los planos de la vida percibimos esta división tan profunda provocada por el seguimiento o no de la persona de Cristo. Esta realidad debe llevarnos a sincerarnos y descubrir concretamente dónde estamos situados, qué valores son los que conducen nuestra vida, qué grado de fidelidad tenemos para con el Señor. Con frecuencia se advierte que hay católicos que reciben los sacramentos, que gozan de la fama de ortodoxos, pero que en situaciones límites y ante problemas concretos, no dudan en traspasar las fronteras para situarse en el campo del paganismo. Acontece a veces que el cristiano vive en un cortocircuito habitual ya que mientras en sus afectos insiste que ama a Cristo, en su modo de pensar se aleja totalmente de la imitación de Cristo, es decir, su querer no coincide con el querer de su Señor. Estas tentaciones que asuelan muchas veces al creyente nos deben llevar a hacer realidad lo que afirma la carta a los Hebreos (12, 1- 4) en el sentido de despojarnos de todo aquello que nos estorba para el verdadero encuentro con Jesús, “en especial del pecado, que siempre nos asedia” y así “corramos resueltamente al combate que se nos presenta”, ya que como dice el libro de Job la vida del hombre es una milicia sobre la tierra (cap. 7, 1). En palabras del papa Francisco, esto significa ir, caminar, contra la corriente, no dejarnos convencer y guiar por el espíritu del mundo, sino por el de Cristo. El “hagan lío” del papa a los jóvenes comienza primero en el interior de cada uno, en el sentido de convertirnos de veras para poder luego misionar en el mundo llevando las enseñanzas de Cristo, y esto porque así podemos ser testigos vivientes en el mundo, de la transformación que se ha realizado en nosotros. Hemos de animarnos, no tener miedo, sabiendo que en la vida cotidiana nos acompaña la nube de testigos, es decir, Abraham, Sara, Isaac y todos los demás que vivieron de la fe y se dejaron conducir por la providencia divina, para que “fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”. Pidamos al Señor Jesús que sufrió “hostilidad por parte de los pecadores”, nos fortalezca de tal modo que no nos dejemos “abatir por el desaliento” en el seguimiento de su voluntad y en la transmisión de su evangelio. Padre Ricardo B. Mazza.

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