Comentario evangélico. Domingo 25 Ordinario, ciclo C.

Unas manos limpias, sin ira ni divisiones

       Escoger un titular para los escurrimientos de hoy no me ha traído complicación alguna. Lo ha puesto san Pablo, inspirado por Dios: “Quiero que los hombres oren en todo lugar, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones”. Este deseo-mandato tiene varios matices: el primero es que el deseo del apóstol es que todos los hombres, redimidos por Cristo y unidos a él por el bautismo, tengan una relación filial con Dios, orando en todo lugar. Y en todo tiempo, añadiría yo.      

        El segundo de los matices es una condición necesaria: “unas manos limpias”. ¿Qué significa esta expresión? Desde luego que san Pablo no se está refiriendo a determinadas corrientes que en medio de la sociedad democrática reivindican que las instituciones deben mantenerse lejos de cualquier forma de corrupción política o económica. Va mucho más allá: “manos limpias” es la metáfora del hacer del hombre y supone la limpieza del corazón. El que no es limpio no hace cosas limpias. Una buena lección para nuestro tiempo: ¿Cómo podemos esperar de nuestros representantes políticas limpias si muchos de ellos están tocados, por ejemplo, por relaciones familiares turbias. Y no solo ellos: todos nosotros quedamos tocados cuando nuestra intención no es el amor de Dios y el amor al prójimo. Tocados o, al menos, reducidos a nuestra imposibilidad y limitación.      

         Vamos al tercero: “sin ira ni divisiones”. Cuánto dolor causa a nuestro Señor la división. En primer lugar, el cisma que se produce en la vid cuando nosotros que somos los sarmientos prescindimos de la oración y los sacramentos, del servicio de Cristo en los descartados. En segundo lugar, los cismas históricos de aquellos hermanos que han prescindido de la mediación petrina o de la mediación eclesial. En tercer lugar, el cisma de los que permaneciendo en la Iglesia católica viven su fe de modo individual y exclusivo, los que no toleran la palabra del pastor. Claro, no viven la fe, viven “su fe”. Podríamos seguir mentando cismas y luchas intestinas...      

         “No podéis servir a Dios y al dinero”. Ante todo dos aclaraciones. Esto significa que no podemos hacer del dinero un dios. Pero hay algo que sí podemos: podemos servirnos del dinero. ¿Cómo? Con manos limpias, sin que se desaten las iras y las envidias, las divisiones, siendo astutos o teniendo visión de eternidad. ¿Para qué podemos servirnos del dinero? Para ser como nuestro Señor, que “siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”. O como María, puerta de la Misericordia.

José Antonio Calvo

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