Comentario evangélico. Domingos 2º y 3º Adviento, ciclo A.

El que anuncia y el que pregunta

      Son la misma persona: el hijo de Zacarías e Isabel; el primo de nuestro Jesús; Juan Bautista, el que “grita en el desierto” y el que desde la cárcel pregunta. Y hoy los vamos a ver sinópticamente, es decir, a la vez. O más o menos a la vez.

El que “grita en el desierto”

      Es el Bautista de ‘segundo domingo de Adviento’. El que es auténtico con sus palabras y con sus actos. El que tiene que menguar, para que el Mesías crezca. El que no tiene remilgos en llamar a sus complacidos compatriotas “raza de víboras”. Lo dice con la autoridad del que es consciente de su misión de precursor, sabiendo que el que viene detrás de él “es más fuerte que yo”. ¡Qué lección para el apostolado! Cuántas veces creemos que toda la acción de la Iglesia o nuestra acción como bautizados tiene su comienzo y su fin en nuestra decisión, nuestra planificación y nuestra ejecución. Nada de eso. Nuestra vivencia y anuncio de la fe se arraiga en el terreno fértil regado con la sangre de muchos mártires. Y el testimonio de los mártires se arraiga en el terreno purificado y fertilizado por la sangre del Cordero inocente. El Señor nos precede en todas nuestras acciones y les da el incremento. Entonces, ¿por qué poner tantas excusas o engañarnos con tantas vanaglorias? Él es quien “bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Él es quien “reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”. El Señor. Jesús es el único renuevo viable en la historia humana del amor de Dios. Solo puede bautizar con Espíritu Santo quien lo posee. Cómo recordaría el Bautista, al ver venir al Espíritu Santo en forma de paloma, la profecía de Isaías que se lee en el segundo domingo de Adviento (Is 11, 1-10): “Sobre él se posará el espíritu del Señor”. Y luego aquellos dones que cotidianamente pedimos para correr la carrera hasta la meta: “espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor”. Son necesarios, junto al don de piedad, para ver en medio de tanta ambigüedad y de tanta violencia cómo merece la pena esperar a Dios y seguir deseando “que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”. Y que nos “conceda tener entre nosotros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús”.

El que pregunta

      No es malo preguntar. “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”, manda preguntar Juan Bautista. Está en la cárcel y la convicciones se le nublan. El que había visto y anunciado, al llegar la persecución y la cárcel, siente que la fe se le oscurece. ¿Ha perdido la fe? No. Está en la noche oscura, pero tiene la osadía de preguntar. Y obtiene respuesta. Una respuesta maravillosa, divina, mesiánica: “Los ciegos ven, los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados”. Y no solo eso, sino que por preguntar se lleva un piropo: “No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista”. No ha de darnos miedo preguntar al Señor en la oración o a sus mediaciones, como son el confesor, el director o acompañante espiritual -ya sea laico o clérigo-, el sacerdote o el catequista. Preguntar constantemente es cosa buena si uno no se queda en la interrogación, sino que confiado acoge la respuesta. La respuesta de Dios a la humanidad flaqueante es él mismo: “Viene en persona y os salvará”. Que bella la expresión que anticipa el anuncio mesiánico del evangelio y que sintetiza la misión del que ha sido llamado por Dios para ser hijo suyo: “Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes…”. Pero, otras veces la respuesta se hará esperar, por eso el apóstol Santiago nos exhorta a tener la paciencia de un labrador que aguarda el fruto y espera la lluvia, “la lluvia temprana y la tardía”. ¿Vivir la paciencia en un mundo de impaciencia? Sí, esto es. Quizás, y para que no sea una quimera, haya que comenzar bajando el número de revoluciones por minuto y dedicar más tiempo a la soledad, a la familia, a Dios. Es difícil concluir el díptico del anuncio y la pregunta. Quizá, en vísperas de celebrar la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, lo más práctico y eficaz sea mirarla a ella para ver su preguntar ante el misterio de la Anunciación-Encarnación o escuchar su anuncio “haced lo que él os diga”. Siendo que estamos en Adviento, esto será lo mejor.

José Antonio Calvo

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