Comentario evangélico. Santa María Madre de Dios, ciclo A.

¿Con ocho basta?

      No, no se preocupen. No me refiero a la serie de televisión. No creo que vayan a reponerla. Lo que me estoy preguntando en voz alta es si basta con ocho días, para celebrar el misterio de la Navidad. Y me respondo que ocho días es el mínimo y, también, que ocho días es un tiempo muy redondo y que expresa un paso más en la Creación. Esto último no lo digo yo, lo dice el ‘Catecismo de la Iglesia Católica’: “Para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención” (349).      

     El octavo día es el día de la Resurrección, pero en el tiempo de la Natividad, el octavo día tiene que ver con el misterio, con el dogma de la ‘Maternidad divina de María’. La Virgen María es verdadera madre de Dios. No es solo madre de un hombre perfecto o madre de un hombre adoptado por Dios para cumplir una gran misión, no. Que María es madre de Dios no es una ficción ni una metáfora: está en la entraña del plan de Dios, como también lo está su virginidad. Cristo resucita con el cuerpo que María tejió en su seno durante nueve meses, desde la Encarnación hasta el Nacimiento. Y ese cuerpo es el ‘Cuerpo de Cristo’, verdadero Dios y verdadero hombre.      

      Terminamos la octava contemplando con toda su luz a quien tenemos que contemplar: a María, que “conservaba todas estas cosas en su corazón”. Es verdad que recorrimos con María la última parte del Adviento. Pero es que no cabe acercarse a Jesús recién nacido sin ver a María y sin que ella nos vea. Lo mismo podemos decir de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor: si le miramos a él, veremos a su lado en todo momento a la Virgen y ella también nos verá y nos dirá qué es lo que precisamente en ese momento tenemos que hacer. En el octavo día de Belén, hay que cumplir con el deber de circuncidar al niño e imponerle el nombre. Es una lección de cumplir bien las obligaciones religiosas, sin retardar ni esperar. Hacer las cosas cuando toca. Puede ser una buena enseñanza para este primer día del año civil: no engañarme con retrasos. Ser activo y cumplidor en el mundo con verdadero espíritu cristiano.      

       Ah, y no me olvido, pedir la paz. Hoy es la ‘Jornada Mundial de la Paz’ y está en el deseo de Dios Padre el dárnosla en el Dios Hijo. Tan solo quiero recordar y proponer como oración la fórmula de bendición que aparece en la primera lectura y que está tomada del libro de los Números: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz”. Amén.

José Antonio Calvo

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