Comentario evangélico. Domingo 2º Cuaresma, ciclo A.

¿Qué?, ¿nos transfiguramos?

     No muchos lo hacen, pero es lo mejor. Si tuviésemos el tiempo necesario para
poder ver cómo se desarrolla la liturgia de la Palabra de los domingos de Cuaresma, nos daríamos cuenta que todo está muy pensado por nuestra madre la Iglesia, para que revivamos el bautismo.

     Tres ejemplos. Si leemos de seguido las primeras lecturas de los cinco domingos, descubriremos momentos fundamentales de la historia de la salvación: Creación y pecado, Abrahán, Moisés, David, promesa de vida. Si hacemos lo propio con los evangelios, nos encontraremos con cinco escenas en las que el hombre se ve confrontado con el misterio de Cristo: ayuno y tentación, la Transfiguración, la samaritana, el ciego de nacimiento, Lázaro. Y ¿las segundas lecturas? Son cinco catequesis en relación con el evangelio proclamado: pecado y gracia, vocación e iluminación, el Espíritu derramado, Cristo-iluminador, Espíritu que vive en nosotros. Se puede decir que esta es una lectura ‘vertical’. [Discúlpenme, solo quería ilustrar el mapa de la Cuaresma].

      Si nos centramos en las lecturas de hoy, también descubrimos su interrelación: la vocación de Abrahán (1ª), nuestra vocación cristiana (2ª), el Padre que nos invita a escuchar a Cristo (Ev.). Es decir, nuestra vocación y nuestra respuesta es Cristo. Pero, aunque ya sería suficiente, no solo nos quedamos aquí. Nos lanzamos a la Pascua y, de acuerdo con el carmelita descalzo padre Tomás Castellano, descubrimos un camino, que es el de Cristo y que es el nuestro:“el transfigurado del Tabor, Hijo predilecto, aparece desfigurado en la Cruz, pero es finalmente el Resucitado y el Transfigurado”. Sí, este es nuestro camino. Sí, él es el camino. Sí, él lo ha recorrido primero. Sí, cuando nos ponemos en camino, no vamos solos: él nos acompaña al recorrerlo y nos lleva en sus hombros de Buen Pastor.

       ¿Resucitados? Sí, por el bautismo morimos al pecado y resucitamos a una vida nueva: la de los hijos de Dios. ¿Desfigurados? Sí, por el pecado. ¿Transfigurados? Sí, por la gracia que es la misma vida divina y que nos hace ciudadanos del cielo. Este es el camino de la vida y esta es nuestra particular
historia de la salvación.

       Además podríamos decir que hay varios niveles de transfiguración del cristiano: la transfiguración del bautismo, que es iluminación, baño e imposición del vestido blanco; la transfiguración de la eucaristía, que es para nosotros comer y beber el cuerpo y la sangre del Señor, haciéndonos
Iglesia y encaminándonos al cielo; la transfiguración de la Penitencia, que es muerte al hombre viejo y restitución a la gracia. Estas ‘transfiguraciones’ nos disponen para ver a Cristo presente en las situaciones cotidianas, en las personas, en los otros y a descubrirlos como un don. Especialmente nos dan la luz necesaria para descubrirlo en los hermanos que tienen su dignidad más desfigurada, aquellos con los que debemos vivir la misericordia.

      Como hay que terminar, una pregunta: ¿nos transfiguramos? Sí, en Cristo, el que una vez más nos entrega la bienaventurada Virgen María.


José Antonio Calvo

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