Comentario evangélico. Domingo 5º Pascua, ciclo A.

Tanto tiempo contigo, ¿y no me conoces?

       Vaya reprimenda del Señor a Felipe… Menudo carrerón, el de los apóstoles: no entienden, no creen –recuerda el evangelio del ‘Domingo de la Misericordia’-, niegan y reniegan, huyen. Y, sin embargo, cuánto me consuela. Cuando no entiendo… Cuando no creo… Cuando reniego y retrocedo. Ante esta pobre realidad del apóstol, Jesús es paciente: cuando tiene que explicar más las cosas, las explica; cuando tiene que mostrar su cuerpo crucificado y resucitado, lo muestra; y cuando tiene que perdonar… siempre perdona. La única condición para captar sus explicaciones y verle es estar con él, estar junto a él. Mirarlo, tocarlo,
comerlo o comulgarlo.

      “No sabemos adónde vas”. Y lo que es peor: no sabemos adónde vamos. Sin él, no hay camino ni verdad. No hay vida. Damos tumbos y no encontramos reposo. Por eso, con Tomás, le preguntamos y él nos responde: “Yo soy”. Él es lo que yo añoro. Primero he de darme cuenta y luego tengo que anunciarlo para que todos se den cuenta. Cuando me preguntan quién es Jesús, puedo responder con palabras más o menos sinceras, más o menos repetidas, más o menos interiorizadas. Seré creíble o no lo seré. Pero si respondo con la profundidad de quien ha saciado su sed de vida en un encuentro con Jesús, suscitaré la pregunta y el diálogo de fe con quien me ha preguntado.

       “Muéstranos al Padre”. “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. ¿Por qué buscar a Dios en la naturaleza o en la conciencia? ¿Por qué buscarlo donde solo hay huellas de su paso? Él está en el Hijo, como “yo estoy en el Padre”, dice Jesús. Adorar la Eucaristía es adorar al Padre. Ahí sabemos seguro que está. Y, cuando tras adorar lo comulgo, él ya está en mi y yo en él. No hay otro descanso para el alma. En el aquí y ahora, la comunión sacramental; cuando crucemos el umbral de la esperanza, la comunión plena, el verle y disfrutarle sin distracciones ni velos.

      “El que cree en mi…”. Sí, es cuestión de fe. Pero no nos quedamos en el ámbito de la creencia: si creo, obro. Y cuando hago obras de las que hace Jesús, es porque creo. Estas obras son las que han de caracterizar al “linaje elegido”, al “sacerdocio real”, a la “nación santa”, al “pueblo adquirido por Dios”. Obras que, por nuestra configuración con Cristo y por la presencia –inhabitación de la Trinidad, se convierten en ofrenda, en “sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo”. ¿Y sin Jesucristo? Nada de nada.

      Pedimos a la Virgen María, la que nos dio el ‘Todo’, es decir, a Jesús, que nos haga darlo todo por él, con él y en él.


José Antonio Calvo

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