Comentario evangélico. Domingo 15º Ordinario, ciclo A.

 La creación frustrada

        La creación está expectante. La creación fue sometida a la frustración. La creación “está gimiendo y sufre dolores de parto”, aguarda ser liberada “de la esclavitud de la corrupción”. ¿De qué está hablando el apóstol san Pablo? ¿Por qué atribuye a la creación situaciones que son propias de los seres inteligentes, de los seres humanos? La respuesta está en el Génesis, capítulo 3: “El pecado humano -dicen los comentarios de la Biblia en la versión de la Conferencia Episcopal Española rompe la solidaridad y la armonía, introduciendo además una serie de desequilibrios, expresados mediante  la vergüenza, el temor, el dolor y la fatiga. “Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido y él te dominará”, afirma el libro sagrado. Y esta realidad que puede parecer fábula o ciencia-ficción es sumamente verdadera. Es absolutamente cierto que, en el mundo de los humanos, el desorden personal rompe el equilibrio social y frustra a la naturaleza que no puede dar respuesta al egoísmo despótico de los poderosos, sino al bien social buscado por quienes se reconocen dependientes de los demás.

       La creación participa en el destino de los humanos y asumiendo sus sentimientos y acciones propias se acentúa la idea de la relación entre ambos: ayer, destino de muerte; hoy, por Cristo, de liberación. Esta relación estrecha entre seres humanos y naturaleza es fuente fecunda para el pensamiento simbólico que hoy aparece en la primera lectura y en el evangelio. En ambos casos, se nos presenta la realidad humana como la tierra que, habiendo recibido la semilla, necesita del agua para que germine y dé fruto; como distintos tipos de tierra que, según su calidad, dan más o menos fruto.

        La palabra de Dios, en el libro de Isaías, es como la lluvia y la nieve, en cuanto que a quien le sorprende le cala. Pero es condición necesaria ponerse bajo ella: sólo quien lee y medita asiduamente la Biblia experimentará cómo la acción de Dios le fecunda, le hace estar bien arraigado y dar fruto. La semilla, en el evangelio según san Mateo, es la palabra y la tierra soy yo. Distintos tipos de tierra: en quien vive sin rumbo, al margen, rebota; en quien vive recluido en sí mismo, paralizado por su inconstancia, sucumbe; en quien vive fuera de sí, preocupado por el glamur y el disfrute, queda estéril; en quien sabe que su vida es un misterio radicado en Dios, da fruto, mucho fruto, fruto abundante.

        La palabra de Dios es agua y semilla. Es todo lo que necesita el ser humano para ser cultivo de Dios, campo, plantación. De eso se trata, de dejar que Dios sea el labrador o el jardinero que arregle la tierra, pode la planta, siembre y recoja, riegue y abone. O como dice el versículo del aleluya: “La semilla es la palabra de Dios, y el sembrador es Cristo; todo el que lo encuentra vive para siempre”. También la antífona del salmo responsorial viene en nuestra ayuda: “La semilla cayó en tierra buena, y dio fruto”. Por cierto, me encanta rezar con los salmos, pues en ellos encuentro expresado lo que yo no soy capaz de expresar. En el de este domingo, el salmo 64, lo encuentro todo: en el campo de la vida, todo es de Dios; suya es la tierra; suya es la acequia; suyo es el trabajo; suyos son los cuidados; suyo es el fruto y la abundancia. ¿Nuestro? Laalegría, la aclamación y el canto. La alabanza.

        María es huerto regado. El mejor huerto, para el mejor fruto, el bendito de su vientre, Jesús. María cuídame, que no le tenga miedo al arado ni a la podadera. Que me fíe y así rompa la frustración.


José Antonio Calvo