Comentario evangélico. Domingo 25º Ordinario, ciclo A.

La diferencia


      Ya sé que hay una cancioncilla de aire mejicano que se titula así, ‘La diferencia’, pero yo quiero referirme a otra cuestión: la que enuncia el autor sagrado, al afirmar que “cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros y mis planes de vuestros planes”. ¿De verdad somos tan diferentes? ¿De verdad hay tanta diferencia entre Dios y yo? Vete al evangelio que proclamamos en la misa de este domingo y lo verás: paga lo mismo al que trabaja un par de horas, que al que está sin parar de sol a sol; considera que ganan los que pierden; afirma que los “últimos serán primeros” (y viceversa). Sí. Está claro. Somos diferentes. Hay diferencia.
      Si reservamos evangelio y primera lectura, y nos vamos a la segunda, nos encontramos con que parece que el apóstol san Pablo lo ha entendido a la perfección y por eso puede exclamar convencido que para él “la vida es Cristo y el morir una ganancia”. El morir una ganancia… ¿Qué es lo que le permite superar la distancia y asemejarse al modo de ser de Dios que es inmensamente mayor que los humanos? Saulo de Tarso se entregó a su verdad, la contenida en la Ley y los Profetas, hasta el punto de luchar por eliminar aquello que no entraba en sus esquemas. Sin embargo, había algo en él que suponía apertura. Saulo quería la verdad con toda el alma, y la Verdad le sorprendió cuando y donde menos esperaba. La Verdad le vino como gracia y como luz, con tanta intensidad que le dejó ciego. Una Luz que le deja ciego; una ceguera que le permite ver. Nuevamente nos encontramos con la paradoja cristiana, esa que hace tambalear la sabiduría griega y escandaliza al judío. Esa que hace que el santo viva en permanente locura, ¡chifladura!, divina.
      Nosotros también queremos vivir en ese estado de euforia espiritual que trajo Pentecostés a los apóstoles.
      Pensarán que, a pesar de ser bastante de mañana, estamos borrachos. ¿Por qué? Porque no somos del mundo. Sí, vivimos en el mundo, pero no somos suyos. Apreciamos la pobreza, comprendemos el valor de la obediencia, sabemos que la castidad es la única forma de amar… creemos que la persecución es bienaventuranza. Por eso, mantenemos la esperanza. Si no viviésemos de modo alternativo, ya estaríamos deshechos. Ahí está la clave: vivir según el mundo es morir, morir de tedio, morir de pecado, morir de insatisfacción; morir al mundo es vivir, vivir de alegría, vivir de gracia, vivir de satisfacción. San Pablo lo ha comprendido y lo pide a los Filipenses, lo pide a la Iglesia de nuestro tiempo: ¡vive en Cristo, muere al mundo! Pero deja que te diga que ese morir al mundo es cosa de cada día. Mortificación se  llama y no está de moda. Muere al hombre viejo, da muerte en ti a las obras de la carne y vive por la Vida, con la Vida, en la Vida. Vive ofreciéndote en cada eucaristía; en esa misa que es cada día y que no deja de ofrecerse, desde donde sale el sol hasta el ocaso, en donde hay un cristiano enamorado de Cristo y de su vocación.
      No estoy planteando ficciones ni fantasías, esta situación se da cada día en la Iglesia, en la de los santos, por eso el mundo no entiende, no quiere nada con el cuerpo místico de Cristo. Yo quiero que la Virgen me enseñe a vivir la diferencia, que me dé sus mercedes, para que, aunque me llamen loco, viva, viva como un santo.


José Antonio Calvo

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