Comentario evangélico. Domingo 3º Adviento, ciclo B.

Primero Jesús, luego la misión

      Hoy tercer domingo de Adviento, la figura de Juan el Bautista está, de nuevo, muy presente en el Evangelio. Hay elementos que caracterizan su misión que ya escuchamos y meditamos el domingo pasado. Por eso hoy, nuestra propuesta es que nos fijemos en tres elementos del texto.


“Surgió”
    Es el primer verbo del Evangelio. ¿El Bautista apareció por casualidad al inicio del ministerio púbico de Jesús? ¿Es una casualidad? No, para un creyente nada sucede por casualidad sino por la Providencia. El mismo texto enseguida nos indica que Juan surgió enviado por Dios. Juan es el último de los profetas del Antiguo Testamento y da paso a la nueva historia que empezará Jesús. Pero si miramos hacia atrás, a la Historia de Israel, Dios nunca dejó abandonado a su pueblo. Siempre le fue guiando y enviando a sus mensajeros (profetas, reyes, sacerdotes,…) y a través de ellos caminó en medio de su pueblo. ¿Podríamos
realizar una mirada de fe a nuestra propia historia? ¿Cómo descubrimos la protección de Dios en nuestra vida? ¿Nos lo preguntamos o simplemente vamos viviendo sin más?


Testigo de la Luz y voz que grita
      Así define el texto el actuar de Juan. Nos queda clara su humildad, Juan sabe que él no es el Mesías, ni Elías, ni el profeta definitivo. Juan sabe que es solo un testigo. Pero esta misión de ser testigo de la Luz no es pequeña tarea. Esa Luz es Jesucristo. Y la vida de Juan, sus obras pretendían reflejarla para que otros pudieran creer en Jesús. Una vida deshonesta, deshonrosa, egoísta, inmoral, nunca podrá conducir a Jesús. Pero no solamente las obras, también las palabras. Juan utilizaba sus palabras, gritaba la invitación a prepararse para recibir a Jesús. Sí, Juan también puso su palabra al servicio de la causa de Jesús. Contemplando la vida del propio señor Jesús nos damos cuenta que Él también evangelizaba con sus palabras y con sus obras. Esto nos evoca aquellas palabras tan certeras de Jesús: “No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial” (Mat 7,21).


“¿Qué dices de ti mismo?”
       Así le preguntaron a Juan los sacerdotes y levitas llegados desde Jerusalén. Querían saber, les intrigaba la forma de vida de Juan y sobre todo el mensaje del cual era heraldo. Es verdad que ninguno de nosotros somos Juan pero ¿cómo responderíamos esta pregunta? ¿Cómo es nuestra vida y nuestras obras y palabras? ¿Podemos decir que somos “testigos del Señor”? Nos tenemos que acercar a la Luz para contagiarnos de su fuerza, para recibir su Gracia, para sentirnos –también nosotros sí- enviados ala tarea de ser sus testigos.
        No podemos prescindir de la experiencia personal de Jesús. No se puede ser testigo de la Luz sin antes haber experimentado su presencia.


Rubén Ruiz Silleras

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