Comentario evangélico. Domingo 4º Ordinario, ciclo B.

Autoridad que libera

      Estaban asombrados, admirados. Jesús también acudía a la sinagoga pues este edificio era el centro de la reunión de la comunidad para celebrar su fe en Yahvé. Jesús sabe estar a la orilla de lago con los pescadores y también aquí, en la sinagoga de Cafarnaún, ciudad a las orillas del mar de Galilea. En este caso el Evangelio quiere que pongamos nuestra atención en la enseñanza de Jesús, no se nos relata en este caso el contenido de esa enseñanza, sino el cómo. ¡Cuántas veces hemos dicho que es muy importante el cómo decimos las cosas! Se pone en contraste la enseñanza de Jesús con la enseñanza de los fariseos. En el primer caso, Jesús provoca admiración y asombro con sus palabras. En el segundo caso, la enseñanza de los fariseos agobia al pueblo, porque le exige el cumplimiento exacto de los preceptos más nimios de la ley. Es una enseñanza sin alma. Es cumplir solo por cumplir, pero sin preguntarme el sentido de lo que estoy haciendo y sobre todo, por quién lo estoy haciendo. Jesús sin embargo enseña un camino nuevo, enseña una nueva forma de cómo es Dios. Un Dios que es Padre, un Dios que nos ama, que se preocupa por nosotros. Sí, la enseñanza de Jesús también contiene mandamientos. Es cierto. Pero es el que ama verdaderamente a Dios el que cumple con gozo esos preceptos, porque sabe que son faros en el camino que le ayudan a conseguir la felicidad. Baste recordar que la ley máxima para Jesús es el mandamiento del amor. Esta enseñanza de Jesús con autoridad no es una enseñanza autoritaria, sino que es una enseñanza que convence, que mueve el corazón, que asombra, que empuja a seguirla.

Jesús ordena para liberar.

      En medio de esta enseñanza de Jesús, realizada con autoridad, se produce la escena del hombre con espíritu inmundo. Sus palabras son desafiantes para con Jesús. Pero sabiendo que el contexto es muy distinto, aprovechemos esa pregunta para hacer un pequeño examen de nuestra relación con Jesús. Podríamos preguntarnos a lo largo de esta Eucaristía o en nuestra oración: ¿Qué tiene que ver conmigo Jesús? ¿Qué quiero yo tener contigo Señor?

       Volvamos al texto. Las únicas palabras que pronuncia Jesús en este texto son una orden: ¡Cállate y sal de él! No, no son palabras amables, son palabras llenas de autoridad. Pero la autoridad de Jesús es para liberar al hombre de todo lo que le aplasta, de todo lo que le impide ser feliz. A Dios no le puede gustar nada que dañe al hombre, por eso Dios no puede ser condescendiente con el mal. Y al mal no se le puede dar una respuesta tibia. Por eso Jesús es enérgico, no contra el hombre, sino contra aquello que le hace daño. Podemos asociar a este hombre con aquella mujer pecadora, a la que Jesús perdonó pero le pidió que no pecara más. Y lo haría seguro mirándole a los ojos con una mirada llena de cariño y no de juicio. Eso es enseñar con autoridad.

Rubén Ruiz Silleras

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