Comentario evangélico. Domingo 19º Ordinario, ciclo B.

        Un agricultor de los tiempos de mis abuelos para ahorrar dinero decidió alimentar a su mula con cebada mezclada con serrín. El primer mes mezcló la cebada con una parte de serrín. El segundo mes le dio la mitad de cebada y la mitad de serrín. El tercer mes tres cuartas partes eran serrín y una cebada. Y el cuarto mes todo era serrín. Pocos día más tarde la mula moría. El agricultor comentó: Esa mula se ha matado a sí misma.

       Cambiar el menú tiene también sus riesgos. Los judíos de nuestro evangelio murmuraban porque Jesús les había cambiado el menú. Jesús, el hombre de Nazaret, el hijo de José y de María, uno más del pueblo, se les presenta como “el pan bajado del cielo”. Si se les antojaba difícil lo del pan, lo de bajado del cielo les crea más confusión y más irritación. Semejante atrevimiento les cabrea y desconcierta. Para los judíos de ayer y para los de hoy la Torah, la Ley de Moisés y sus enseñanzas, la Escritura, era y es pan que alimenta, da vida y revela a Dios. No necesitaban que ningún hombre les ofreciera otro pan. Cierto, el pan de las Escrituras, el pan de la Palabra de Dios sigue siendo muy importante para nosotros. Alimentarse de la Palabra de Dios es vital para el cristiano.

       Cada domingo proclamamos tres Palabras, no para llenar el tiempo sino para alimentarnos y descubrirnos la profundidad  y la presencia cercana de Dios. Muchas veces en lugar de saborear el pan de la Palabra de Dios murmuramos como los judíos de todos los tiempos. Nos quejamos del menú que no hemos elegido. Nos quejamos de la duración de la Eucaristía. Nos quejamos del sermón aburrido del cura. Nos quejamos de las exigencias inhumanas de Jesús. Su menú se nos antoja insípido y aburrido. ¿Ha dicho alguna vez quiero más? ¿Puedo repetir? El pan de la Palabra de Dios nos lleva a Dios y nos ayuda a vivir no según nuestros caprichos sino bajo el signo de su voluntad. Jesús, en el evangelio de hoy, nos dice a nosotros, sus discípulos: ”Yo soy el pan que ha bajado del cielo, el que come de este pan vivirá para siempre”.

       Jesús pone una nueva mesa y nos sirve un menú nuevo. Jesús se sirve del pan, alimento material para satisfacer el hambre física, como trampolín para zambullirnos en el agua del espíritu y hablarnos del hambre espiritual que sólo se sacia con el pan de vida, que es el mismo Jesús en el sacramento de la Eucaristía. Cuatro millones mueren de hambre física cada año en nuestro mundo. ¿Cuántos sufren hambre espiritual? En este mundo nuestro, multiplicador del pan y la obesidad y de la miseria y la desnutrición, adorador del progreso y de la técnica, explorador del universo…los hombres embriagados en sus conquistas no sólo han olvidado a Dios sino también a los necesitados.

       Muchos católicos, incluidos los practicantes, han dejado de alimentarse del pan de la Palabra y del pan de vida. Como en la historia del agricultor y de la mula para ahorrar tiempo y dedicarse a tareas más excitantes se dan de baja de la Iglesia y muchos de los que aún asisten para mayor seguridad y tranquilidad de sus almas jamás prueban el menú de Jesús. Esa mula se ha matado a sí misma. Esos cristianos se mueren de hambre. Tomad y comed, tomad y bebed parece dicho sólo para los beatos y santurrones. Es una invitación dirigida a todos, especialmente los débiles, anémicos y pecadores. ¿Si Dios sólo puede hacer lo que nosotros hacemos, para qué lo necesitamos? Dios, lo creamos o no, puede hacer algo más grande e importante nos dice el evangelio de Jesús. “El que cree tiene vida eterna”.

      El pan material da vida para este hoy. El que cree en Jesús, pan de vida, vive este hoy con alegría y el mañana lo vivirá en la casa de la eterna alegría.  

 

P. Félix Jiménez Tutor, Sch. P.

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