Comentario al evangelio. Domingo 3º Cuaresma, ciclo C

Los pecadores son siempre los otros… ¿de verdad?

Estado de la cuestión

      No, claro que no, ya sabemos que todos tenemos nuestra propia responsabilidad en nuestros actos y por tanto nuestro propio pecado. Pero a veces nuestra conciencia de pecado puede estar no muy bien formada y no detectar nada en nuestra vida que responda a esta realidad. Resultado: pecados grandes no tengo, pero los otros… eso ya es otro tema. Estamos prontos para localizar, resaltar y destacar el pecado del prójimo, por pequeño o parecido al nuestro que sea. Y si a este le añadimos este otro viejo principio que decía que si te pasa una desgracia es un castigo de Dios por algún pecado cometido, entonces ya hemos desdibujado totalmente a Dios, nos hemos olvidado de su paciencia y misericordia para con nosotros. Este evangelio de hoy se compone de dos escenas claramente diferenciadas, pero de ambas se desprende un mismo mensaje. Así este evangelio nos puede ayudar mucho a desterrar esas viejas concepciones. Veamos.

Doctrinas antiguas o ¿también nuevas?

      La gente pensaría “estos revoltosos galileos y los 18 que murieron aplastados por la torre de Siloé algún pecado habrían cometido para que semejantes desgracias hubieran sobrevenido sobre ellos”. En cambio, los que permanecían con vida se podrían tener como justos ante Dios. Esta teoría muy antigua era conocida con el nombre de la doctrina de la retribución, contra la cual Jesús va a luchar decididamente en la primera parte de este evangelio. El mensaje es claro: ninguno es absolutamente justo ante Dios, todos necesitamos convertirnos. Y no olvidar que Dios nunca quiere castigar al hombre. La conversión que Jesús nos pide hoy reiteradamente es el camino de la vuelta a casa. No debemos entenderla como una amenaza, su formulación tan enérgica persigue solo despertarnos de nuestra apatía. Dios, en realidad, queriendo nuestra conversión, lo que quiere es nuestra propia felicidad.

La paciencia de Dios

       Un árbol que no da fruto no sirve para nada, solo ocupa el terreno en el que se podrían plantar otros árboles más productivos. Por eso lo más práctico es cortar esta higuera y su propietario quiere cortarla, pero el viñador intercede por esta higuera con un argumento más que razonable. Sí, es verdad que lleva años sin dar fruto, pero quizás lo dé al año que viene. Vamos a darle una nueva oportunidad. Quizás los que escucharon a Jesús no supieron muy bien cuál era el significado real de esta parábola que les acababa de contar. En realidad, esta parábola es la continuación de las palabras de Jesús en la primera escena. Ahora, sin embargo Jesús nos presenta a un Dios paciente. Que te va a esperar a ti y a mí, para que este año sí demos los frutos de conversión esperados. No se trata de mirar solo a los otros, antes nos tenemos que mirar a nosotros mismos. Dios nos espera, toca dar buenos frutos. Partimos de una premisa extraordinaria: hemos sido elegidos por Dios para ser testigos de su amor y de su misericordia. Ahora, tenemos que responder. Dios, seguro que espera que lo hagamos.

Rubén Ruiz Silleras