Comentario al evangelio. Domingo 3º Pascua, ciclo C

El amor se hace grande cuando se explicita

Ese mar del principio

     Mismo escenario que al principio, el mar de Galilea. Allí Jesús llamó a los suyos al seguimiento, ahora ha pasado el tiempo y las cosas han cambiado totalmente. Quien se hace presente ahora en las orillas del lago es Jesús resucitado, es el Señor que ha vencido a muerte y goza de la vida nueva. El Señor se aparece ante los suyos para renovarles la llamada. Para hacerles comprender que, si siguen confiando en él, la pesca a la que están llamados será una tarea que sobrepase las orillas de este mar y les conduzca a todos los rincones de la tierra.

Unas brasas, un pan…, vida  compartida y entregada

     Cuando el día amanecía, Jesús llegó hasta los suyos. Y mientras estos volvían a intentar pescar algo siguiendo sus instrucciones, él les esperó preparando las brasas para poder asar los peces y que pudieran almorzar. Es entrañable la imagen de Jesús preocupándose por los suyos con este cariño paternal. El resultado de esta pesca es extraordinario: 153 peces. Cifra que pretende destacar, sin duda, el resultado de las acciones humanas cuando ponemos nuestra confianza en el Señor. Una vez en torno a las brasas, almorzando, todos ya habían reconocido a Jesús. El gesto de tomar y repartir el pan evocaría a los discípulos aquella otra tarde en el cenáculo, donde Jesús hizo el mismo gesto. Recordarían sin duda el valor de aquel signo: la vida dada y entregada por amor a los demás. Era lo que ahora Jesús resucitado les estaba recordando, era lo que esperaba que ellos hicieran también con sus respectivas vidas.

      A continuación de esta comida de pascua nos encontramos el relato del precioso diálogo entre Jesús y Pedro. De nuevo Jesús ratifica la llamada que hizo a Pedro y a los suyos al inicio de su predicación. Ahora la forma de seguir a Jesús será un poco distinta. Él es el resucitado. Ya no andará más por los caminos polvorientos de Israel. Ahora, serán Pedro y los discípulos los que deban continuar la tarea en el nombre de Jesús. Pero antes de este mandato, nos encontramos ese interrogatorio cariñoso de Jesús a Pedro. Tres veces le había negado en la Pasión. Tres veces ahora Pedro tiene la oportunidad de demostrar a Jesús su cariño incondicional.

      Pedro se entristeció porque comprendió que un día falló a Jesús. Pero ahora le prometía que no le fallaría más. Y que en el caso de que volviera a caer, lo más importante, lo que Jesús tenía que saber era esto: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. Estas palabras de Pedro explicitan el amor que el apóstol sentía por Jesús. El amor no hay que darlo por supuesto, hay que explicitarlo, hay que hacerlo nuevo y fresco cada día. Hoy todos podemos dirigirnos al Señor con esta bella oración de Pedro, o de dejar de imaginar y experimentar personalmente ese amor y perdón de Dios que nos invita a despojarnos de nuestra condición de “hombres y mujeres buenos” y mostrarnos ante el Señor humildes y arrepentidos de nuestros pecados.

Rubén Ruiz Silleras

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