Comentario al evangelio, Domingo 24ª Ordinario, ciclo C.

Regreso a casa

Cómo alegrar a Dios

    Escuchamos este domingo como evangelio el capítulo 15 de Lucas. Está formado por tres parábolas: la de la oveja perdida, la moneda perdida y la más famosa parábola del hijo pródigo. No son parábolas independientes una de la otra, sino que presentan todas ellas un mismo mensaje: la gran alegría que Dios siente cuando uno de sus hijos que se siente pecador, se arrepiente y decide emprender el camino de regreso a casa. A los fariseos y publicanos les costaba reconocerse pecadores, ellos creían que eran justos, por eso les sorprendía que Jesús se mezclara con aquellos que sí se sentían pecadores.

Una oveja y una moneda

     Las dos primeras parábolas tienen un campo semántico idéntico: la alegría, la felicidad con mayúscula. Parecería desproporcionado que un pastor reuniera a sus amigos y vecinos para contarles que ha encontrado a una oveja que se le había perdido. ¡Pero si aún le quedaban 99! ¿Tan importante era esa oveja? La misma extrañeza podría producir la reacción de la mujer con la moneda que había perdido y luego encontrado. La fuerza de la parábola no está tanto en la oveja ni en la moneda, sino en la alegría inmensa que experimenta tanto el pastor como la mujer. Ambos son imágenes de Dios, es la misma alegría que siente Dios cuando un pecador se convierte.

Sentir el abrazo de Dios

     La última parábola también describe esta misma alegría de Dios y lo hace con muchos y hermosos detalles (el padre corre al encuentro del hijo, le abraza, le besa, le perdona, le prepara una fiesta, le viste con el mejor traje, le pone un anillo, sandalias). Pero además esta parábola describe perfectamente el camino de aquel que se siente pecador. Es el caso del hijo menor. Conocemos la historia. Este hijo obró mal, realizó un agravio a su padre reclamándole la herencia en vida, l a malgastó viviendo perdidamente. Pero un día recapacitó. Este verbo es clave: recapacitar, examinar nuestra vida. Es el principio para el cambio. Este hijo se dio cuenta que había obrado mal y decidió emprender el camino de regreso a casa para pedir perdón a su padre y suplicarle que al menos, le aceptara como a uno de sus jornaleros. El abrazo que el padre dio a este hijo es la mejor imagen de la alegría que Dios siente ante sus hijos que se reconocen pecadores. Con este precioso evangelio hoy todos somos convocados a regresar a casa para sentir el abrazo de Dios padre. Nuestro pecado no asusta a Dios, nuestro orgullo y nuestra incapacidad de reconocernos pecadores quizás sí. Somos invitados a mirar, examinar, nuestra vida a la luz de Dios. Arrepentirnos de lo malo que hayamos hecho y emprender el camino de vuelta. Nos espera una fiesta y experimentar que, con nuestro arrepentimiento, hemos hecho feliz a Dios. ¿A qué esperas?

Rubén Ruiz Silleras

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