Comentario al evangelio. Santísima Trinidad, ciclo A

Dios no es un ser solitario y aburrido. Dios es música, alegría, fiesta. Así lo quieren expresar nuestros hermanos orientales cuando dicen que la Santísima Trinidad es “perijoresis” es decir, “DANZA”. Dios que salta de júbilo en una danza eterna de amor. Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es familia, Dios es Comunidad. Dios es éxtasis de amor.  El Padre se da totalmente en el Hijo. Y el Padre y el Hijo se entregan al Espíritu Santo en un abrazo de unidad. La Trinidad es El Amante, El Amado y El amor.

EL PADRE.

Es fuente y origen de todas las luces. Y tuvo la genial idea de crear a una criatura “semejante a Él”, capaz de escuchar la música de Dios. Al lugar donde esto sucedía se le denominó “paraíso”. Y nuestros primeros padres escuchaban embobados la música de Dios “a la brisa de la tarde”. Pero Dios creó a nuestros padres libres, con capacidad de decidir por sí mismos. Y Dios se arriesgó a que unas criaturas creadas a su imagen y semejanza le pudieran decir: NO. Y a eso se le llama pecado.  Decir a Dios que no, es no querer escuchar su música, es no querer entrar en sintonía con Él, es no creerle a Dios capaz de hacernos felices y buscar la felicidad por nuestra cuenta. Y, por eso, fueron arrojados del paraíso. 

EL HIJO.

El Padre, en un arranque de generosidad, para llevar adelante su proyecto, nos entregó lo mejor que tenía, su propio Hijo, para que sonara de nuevo en nuestro mundo la música de Dios. La música de Dios es el amor. Y Jesús cantó esta música en tono mayor y tono menor. En tono mayor cuando hablaba de Dios, su Padre. Nos habló de un Padre “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad” (1ª lectura).  Un Dios “de amor y de paz” (2ª lectura) Un Dios que no ha mandado a su Hijo al mundo para juzgar, condenar ni castigar, sino para salvar.  (Evangelio). Pero también cantó en tono menor cuando Dios viene a los suyos y los suyos no lo reciben; cuando los hombres prefieren las tinieblas a la luz. Con todo, Jesús sueña con un mundo de hermanos, con un mundo de iguales, con una humanidad como una gran familia. Pero esto era demasiado revolucionario y lo mataron. Mataron su cuerpo, pero no su alma, ni sus sueños, ni su música. Al Resucitar todo recomienza de nuevo con nueva fuerza. Para eso nos envía su Espíritu.

EL ESPIRITU SANTO.

Está encargado de tomar la batuta en esta orquesta y hacer resonar en este mundo “la canción de la alegría”, la melodía de la fraternidad. También, como buen director de orquesta, tiene que estar afinando constantemente a unos músicos que se bajan de tono, que desafinan demasiado.  Y desafinamos cuando seguimos creyendo que Dios es un ser lejano, que condena y que castiga y no un Padre que acoge, perdona, besa y acaricia. Desafinamos cuando queremos comprar a Dios con nuestro esfuerzo y nuestras obras y no nos damos cuenta que Él es gratuito, y que no lo podemos comprar con nada. Desafinamos cuando no nos amamos, cuando no buscamos la unidad; cuando somos personas “pantallas” y no “puentes”. Nadie expresó mejor lo que era la Trinidad como San Juan de la Cruz donde habla de un Dios Padre como “una música callada”. Un Dios-Hijo, como “soledad sonora”. Dios Espíritu Santo, como “la cena que recrea y enamora”.   

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