Comentario al evangelio. Domingo XVI Ordinario, ciclo A.

Para ganar en claridad dividimos este evangelio en tres puntos:

1.– No sirven las palabras sin las obras. “No se puede edificar una casa sobre arena” (Mt. 7, 26-27).   En este mundo sobran palabras y faltan obras.
Jesús, que es muy comprensivo con todas las personas “hasta con los publicanos y las prostitutas”, es duro a la hora de enjuiciar a los vividores, a los que llevan doble vida, a los que con palabras bonitas dicen Sí y después es que No. En realidad, esas personas no tienen criterios, ni convicciones, son superficiales y se están engañando a sí mismas. Están construyendo su vida sobre la arena y el final de ellas va a ser un gran fracaso. Jesús nos dijo: “Yo soy la verdad” (Jn. 14,6). Jesús no sólo dice verdades sino que “es verdad”. Sus labios nunca se tuercen ante la mentira. Es coherente, es sincero, es fiel. Siempre cumple lo que dice. En Jesús la verdad nunca se separa de la persona. Los cristianos debemos vivir en la verdad, debemos desposarnos con la verdad y hacerla nuestra compañera de camino. El hombre que dice y no hace es un hombre roto, dividido, un hombre frustrado, un no-hombre. Y Dios quiere que todos nosotros nos realicemos como personas. La mentira, desde el punto de vista del evangelio, es la gran amenaza al ser humano.

2.- Tampoco sirven las obras para recrearnos en ellas. “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” (Mt. 6,3).

Jesús ya nos ha advertido que, en el juicio final, habrá muchos sustos. Llegarán algunos cargados de méritos, muy cumplidores de leyes y de normas, muy fieles a sus ayunos, sus ofrendas en el Templo, sus oraciones etc. Pero todo eso que “objetivamente” está bien hecho, lo han estropeado porque todo lo han hecho por pura complacencia, por puro orgullo, por creerse mejores que los demás. Todo lo han hecho pero no por amor a Dios ni a los hermanos sino por amor a ellos mismos. Ese comportamiento tampoco agrada a Dios y Jesús lo dejó bien reflejado en la parábola del fariseo y el publicano. Lo peor de este comportamiento es el endurecimiento del corazón, el cerrarse a la novedad de Dios y el pretender encerrar a Dios en sus esquemas religiosos. En cambio los pecadores que se abren a Dios y están dispuestos a cambiar de vida, tienen un puesto asignado en el reino de los cielos. Incluso Jesús se atrevió a decir algo muy gordo: “Los  publicanos y  las prostitutas os precederán”.

3.- Hay que obrar como Jesús: “Yo hago siempre lo que  al Padre le agrada” (Juan 8,29).

Jesús siempre evita el éxito y el aplauso. Y cuando lo buscan porque intentan hacerlo rey, él se retira (Jn. 6,15). Jesús no necesita de los aplausos de los hombres. Esto a él no le dice nada. Jesús vive del aplauso de su Padre Dios, del poder dar satisfacciones a Dios, de tener a su Padre siempre contento. Esto le llena, le satisface, le hace sentirse feliz. Jesús es feliz al comprobar que, con todo lo que él hace aquí en la tierra le hace disfrutar a su Padre en el cielo. Jesús llevaba siempre consigo “un paraíso interior”.  Por eso Jesús nos invita a vivir en la gratuidad, a no recibir recompensa de nadie sino de ese Padre maravilloso que ve en lo escondido. Él es nuestra recompensa. (Mr. 6, 6. 18). Sólo si yo me siento un regalo de Dios y vivo para agradarle, podré hacer de mi vida un regalo para los demás, y podré vivir para agradar a mis hermanos. 

Iglesia en Aragón

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