Comentario al evangelio. Domingo 33º Ordinario, ciclo A.

      Esta parábola, a lo largo de los siglos, ha dado pie a diversas y falsas interpretaciones. Intentamos recuperarla en su aspecto original.

1.– No se puede interpretar esta parábola en plan capitalista.

        Es cierto que la parábola está dicha en clave de rendimiento. Los que reciben el premio son los que han negociado y han conseguido duplicar el capital. Pero eso no nos da pie para aprobar las leyes de un “capitalismo salvaje” donde lo único que cuenta es el capital sin tener en cuenta a las personas. El capital debe estar al servicio de las personas y no al contrario. Cuando el capital no sirve a las personas sino a sí mismo, y sólo le interesa “engordar” a cualquier precio, se convierte en una “apisonadora” que aplasta todo lo que se le pone por delante: derechos, dignidad, calidad de vida etc. Para Jesús, la persona es lo primero y está por encima del capital y de las propias Instituciones.

2.– Tampoco debe interpretarse la parábola en sentido “mercantilista”.

         Era propio de los fariseos acumular méritos para el cielo.  Era una especie de “compra-venta”. Yo le doy a Dios méritos, obras buenas, y Él me tiene que dar el cielo. Con las obras de sus manos podían comprar a Dios. Esta realidad la narra magistralmente Jesús en la parábola del fariseo y el publicano. En esa oración el protagonista es el “ego”. “Yo” te doy gracias porque no soy como los demás… “Yo” ayuno dos veces por semana. “Yo” pago el diezmo.  En cambio el publicano sólo decía: “yo soy un pecador”. Y éste quedó justificado por el Señor. Y el fariseo salió con los mismos pecados que tenía y uno más: el de soberbia. Dios no tiene precio y no se puede comprar con nada. Todo lo da gratis.  Por eso sólo aquel que se siente un “regalo de Dios” puede hacer de su vida un regalo, una donación para los demás.

3.- El amor derrochador de Dios.

     No olvidemos que es el mismo Jesús el que distribuye los talentos. Un talento era una fortuna. Equivalía a 6.000 denarios; el salario de 16 años de un jornalero. Dios es un despilfarrador de dones. Da dones sin medida. Y quiere que esos dones los aprovechemos para compartirlos con los que no tienen. Y si nosotros los hemos recibido gratis, los debemos también dar gratis. Aquel que enterró el talento y no quiso negociar es un holgazán. No hizo ningún mal; pero dejó de hacer el bien. Y eso es lo peor que nos puede pasar: En este tiempo que nos toca vivir hay que salir, hay que arriesgarse, hay que poner en marcha los dones que el Señor nos ha concedido.  Y hay que hacerlo con elegancia, con alegría, sabiendo que eso agrada a Dios. Lo peor que pudo pasar al que recibió un talento y lo escondió es haber desconocido totalmente el verdadero rostro de Dios. Dios no es un Juez a quien hay que temer y darle cuentas, sino un Padre a quien hay que amar. Dios es gracia. Es donación. Dios disfruta dando. Y nosotros debemos corresponderle hablando de gratuidad, de generosidad, de felicidad. Tal vez la felicidad más honda sea la de intentar agradar a Dios en todo, y conseguir que disfrute con nuestra vida.

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