Comentario al evangelio. Domingo 2º de Navidad, ciclo B.

      El gran especialista en San Juan, Jean Zumstain, nos dice: “Lo esencial del prólogo es que Dios no se revela de forma última sino en la historia del hombre Jesús”. Y esto ¿qué quiere decir? Lo veremos a través de las lecturas.

1.- Jesús es propiedad de todos y no sólo del pueblo de Israel.
      El profeta Isaías, unos ocho siglos antes de Cristo, nos había anunciado: El Creador de todo me dijo: “Pon tu tienda en Jacob y fija tu heredad en Israel”. Y termina diciendo: “Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad” (1ª Lectura). Pero Jesús es patrimonio de toda la humanidad y el Dios de Jesús es también de todos. En este mismo himno se nos afirma:” Pues de su plenitud todos hemos recibido”. La historia de Jesús, desarrollada humanamente en un pueblo concreto, ensancha su horizonte a toda la humanidad. Todos, vivamos donde vivamos, podemos decir que Jesús es nuestro EMMANUEL, nuestro Dios con nosotros.

2.- Mucha atención a estos verbos del prólogo: “Al principio estaba junto a Dios”. “Se hizo carne”. “Acampó entre nosotros”.
     “Estaba junto a Dios”. La traducción griega es más explícita: nos habla del modo de estar: “inclinado” sobre Dios. El Verbo gravitaba sobre Dios como su centro. Según Jesús, Dios tiene su lugar y este lugar sólo puede ser “el centro”. O está en el centro o no está en ninguna parte. Dios no puede ser un paralelo más de nuestra vida sino ese meridiano que atraviesa todos los paralelos de nuestra existencia.
“Se hizo carne” La palabra griega nos habla de debilidad, fragilidad, precariedad, vulnerabilidad. Dios no se encarnó en una naturaleza pura, como era la de Adán antes del pecado, sino en una naturaleza caída. Jesús vivió en un “vaciamiento”. “Siendo Dios se vació de sí mismo tomando la forma de esclavo y se rebajó hasta la muerte y muerte de Cruz”. (Fil. 2,7-8). La palabra de Dios en nosotros ha de hacerse carne, vida, acontecimiento. 
      Y no tengamos miedo de salir de nosotros hacia el mundo de los pobres y marginados. Eso significaría que hemos entendido el Misterio de la Encarnación.
      “Acampó entre nosotros”. Esta frase hace referencia a la “tienda de la Alianza” donde Dios se hacía presente cuando el pueblo de Israel era nómada y caminaba por el desierto hacia la Tierra Prometida. En realidad, la verdadera “tienda del encuentro de Dios con el hombre es Jesús, el Emmanuel”. Pero a Jesús no se le ocurrió construir un Nuevo Templo material.  Los templos de este mundo se construyen con materiales estáticos. No se mueven. Jesús recorre los pueblos y las aldeas; va de un sitio a otro, conoce el riesgo y la aventura y no se reúne solo en las plazas sino que visita las periferias donde están los desinstalados de la sociedad, los que no tienen techo ni hogar, los que no tienen ni una capa para cubrirse cuando cae la noche. La Iglesia de Jesús siempre debe ser “Una Iglesia en salida”. Y esto no porque lo diga el Papa Francisco, sino como una exigencia del ser mismo de la Iglesia.

3.- La experiencia de Pablo. (2ª lectura)
      Pablo no sale del asombro y no cesa de dar gracias al Padre por la Encarnación del Verbo. Nadie como Él ha experimentado el paso gigantesco de “la ley” a la “gracia”, del “temor al amor”, de “las tinieblas a la luz”, del “mérito a la gratuidad”, de la “muerte a la vida”. Hasta Cristo, la sociedad se dividía en pobres y ricos por razón del dinero, del poder, del prestigio, de la fama. Desde que ha venido Cristo, los verdaderamente pobres son los que no tienen a Cristo y los verdaderamente ricos los que lo poseen. “En Cristo hemos sido enriquecidos con toda clase de bendiciones” (Ef. 1,3). Es como si dijera: Ya sé que sois enormemente ambiciosos. Por eso os pregunto ¿Qué más queréis? Si el Padre nos ha dado a su propio Hijo, ¿no nos ha dado todo con Él?  (Ro.8,32)

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