Comentario al evangelio. Domingo 12 C ordinario.

Pruebas de junio (Lc 9,18-24)
 
 Estamos casi acabando junio, mes de exámenes en tantos centros escolares. El Evangelio de este domingo, es precisamente un sorprendente escrutinio por el que Jesús pone a prueba a sus discípulos. El Señor, tras las últimas correrías apostólicas con los suyos, se retira como tantas veces a un lugar apartado para orar con ellos. Verdadero ejemplo para todo discípulo, sea cual sea nuestra vocación cristiana: acción y contemplación, hablar a los hombres sobre Dios y a Dios sobre los hombres. Jesús Se encuentra con los suyos y entonces les hace una especie de encuesta: “¿quién dice la gente que soy yo?”.
 Suponemos el asombro escurridizo o acaso la pasión en responder entre aquellos hombres que convivían con el Maestro. Entonces salió el abanico acostumbrado: un profeta, un personaje extraño, una especie de o.v.n.i. religioso, el Bautista, Elías... Ya, ya. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tú, concretamente tú, ¿quién dices que soy yo?
 Esta es la gran pregunta que alguna vez en la vida, un verdadero cristiano debe saber contestar o debe empezar a saber contestar. Porque el riesgo consiste en tener ideas sobre Cristo, en conocer de Él lo que dicen los manuales de historia de la religiones, o lo que dicen las encuestas, o los medios de comunicación, o cualquier poder dominante. Y entonces, nos hacemos repetidores de una idea sobre Jesús completamente prestada, del todo ajena a esos centros de nuestra vida: el amor amable, el dolor sorpresivo, el recuerdo inmenso, el camino cotidiano, la muerte hermana, la espera cierta. Porque decir con mi vida y desde mi vida quién es Jesús para mí, supone decirlo desde todas estas realidades, con todas estas situaciones que son las que construyen y edifican mi existencia.
 La mejor respuesta a la pregunta de Jesús, es la que se dice y se narra siguiéndole cada día, perdiendo la vida por Él y por los hermanos, que es la mejor manera de ganar esa vida... más aún es la única manera: quien quiera ganar su propia vida (es decir, quien se apropie de sus pocas cosas y sus pocos días), la perderá, mientras que quien pierda su vida por Él (es decir, quien se entregue a Jesús con todo el corazón y con todas las fuerzas) la salvará. Esto lo sabe, quien alguna vez lo ha hecho, creyendo del todo la Palabra del Señor.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Adm. Apost. de Huesca y de Jaca
Domingo 12º. 20 junio 2010