El Espíritu del Señor llena la tierra (19-5-2013)

EL ESPÍRITU DEL SEÑOR LLENA LA TIERRA

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      La fiesta de Pentecostés, que Israel celebraba cincuenta días después de la Pascua, era la fiesta de la Alianza, en la que se conmemoraba el acontecimiento del Sinaí, cuando Dios propuso a Israel que se convirtiera en su propiedad de entre todos los pueblos, para ser signo de su santidad.       

     En el Nuevo Testamento, Pentecostés es como un nuevo Sinaí, la fiesta de la Nueva Alianza, que se extiende a todos los pueblos de la tierra. Así se manifiesta claramente que la Iglesia es católica y misionera desde su nacimiento.      

      El Pueblo de Dios, que alcanzó en el Sinaí su primera configuración, se amplía en Pentecostés hasta superar toda frontera de raza, cultura, espacio y tiempo.      

       A diferencia de lo que sucedió con la torre de Babel, cuando los hombres, que querían construir con sus manos un camino hacia el cielo, habían acabado por destruir su misma capacidad de comprenderse recíprocamente, en Pentecostés el Espíritu, con el don de las lenguas, muestra que su presencia une y transforma la confusión en comunión.       

      El orgullo y el egoísmo siempre crean divisiones, levantan muros de indiferencia, de odio y de violencia. El Espíritu Santo, por el contrario, capacita a los corazones para comprender las lenguas de todos, porque reconstruye el puente de la auténtica comunicación entre la tierra y el cielo. El Espíritu Santo es el Amor que une e integra.       

      Este es el misterio de Pentecostés: el Espíritu Santo ilumina el corazón humano y, al revelar a Cristo crucificado y resucitado, indica el camino para llegar a ser más semejantes a Él.      

       El Espíritu Santo interioriza en los creyentes todo lo que Jesús hizo y dijo. Es el Maestro interior que hace recordar (volver al corazón) toda la experiencia del Señor. El Espíritu Santo hace habitar a Cristo en los corazones.      

       El Espíritu Santo es el principio del conocimiento nuevo y divino. Conocemos a Jesucristo a la luz del Espíritu.      

        El Espíritu Santo es el principio del amor, de la santificación y de la esperanza.  El Espíritu Santo penetra hasta el tuétano de cada persona y la ilumina, la enriquece, sana sus heridas, limpia sus oscuridades, convierte su sequedad en manantial de agua viva, transforma la frialdad en calor, endereza y reorienta los senderos del caminar cotidiano.      

        San Ireneo de Lyon escribió: “Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia, y el Espíritu es la verdad; alejarse de la Iglesia significa rechazar al Espíritu” y por eso “excluirse de la vida” (Adv. haer. III, 24, 1). “Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro” decimos en la secuencia de Pentecostés.      

          En la celebración solemne de Pentecostés se nos invita a profesar nuestra fe en la presencia y en la acción del Espíritu Santo y a invocar su efusión sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre el mundo entero. Por tanto, hacemos nuestra, y con especial intensidad, la invocación de la Iglesia: ¡Ven, Espíritu Santo!        

         Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

 

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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