La alegría del Evangelio en la Vida Consagrada (2-2-2014)

 

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO EN LA VIDA CONSAGRADA

      Queridos hermanos en el Señor:      

      Os deseo gracia y paz.

      En esta fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, agradecemos al Señor el don de la vida consagrada, que el Espíritu ha suscitado en la Iglesia. Damos gracias a Dios por la presencia en nuestra Diócesis de personas que viven su consagración como testimonio gozoso de fe, como anhelo vivo de esperanza y como expresión práctica de amor.  

      El Espíritu Santo nos ofrece a través de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica espacios de contemplación y escuelas de oración, de educación en la fe, de acompañamiento espiritual y de cercanía fraterna. Los consagrados siguen trabajando en el ámbito de la evangelización y del testimonio en la vanguardia de la fe, con enorme generosidad y entregando gozosamente sus vidas. Colaboran en la catequesis, en la educación, en la enseñanza, en la promoción de la cultura, en la instauración de la justicia, en la atención a los más desfavorecidos. Están junto a los niños, los jóvenes, las familias, los pobres, los ancianos, los enfermos, los emigrantes, los que viven en soledad. A través de su actividad, frecuentemente silenciosa, pero concreta y creativa, actualizan la presencia de Jesús que “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38).  

      El lema de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada de este año es: “La alegría del Evangelio en la vida consagrada”. Como explica Mons. Vicente Jiménez Zamora, Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, los objetivos de esta Jornada son tres: 1º) “alabar y dar gracias a Dios por el don de la vida consagrada a la Iglesia y a la humanidad”; 2º) “promover su conocimiento y estima por parte de todo el Pueblo de Dios”; 3º) “invitar a cuantos han dedicado totalmente su vida a la causa del Evangelio a celebrar las maravillas que el Señor realiza en sus vidas”.   

      Los consagrados, a través de la profesión de los consejos evangélicos, hacen que los rasgos característicos de Jesús, su pobreza, su castidad y su obediencia, se hagan visibles en medio del mundo, y que la mirada de todos los cristianos se eleve hacia el misterio del Reino de Dios que ya está activamente presente en el mundo y que espera su plena realización en el cielo.      

     El pasado 7 de julio, el Papa Francisco dijo a los seminaristas, novicios y novicias: “La difusión del Evangelio no está asegurada ni por el número de personas, ni por el prestigio de la institución, ni por la cantidad de recursos disponibles. Lo que cuenta es estar imbuidos del amor de Cristo, dejarse conducir por el Espíritu Santo, e injertar la propia vida en el árbol de la vida, que es la Cruz del Señor”.      

      En su Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” escribe el Papa: “El Espíritu Santo también enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos carismas. Son dones para renovar y edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos”.            

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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