El vino y sus excesos (13-7-2014)

EL VINO Y SUS EXCESOS            

     Queridos hermanos en el Señor:  

     Os deseo gracia y paz.

     En las celebraciones sociales, especialmente durante los meses de verano, es frecuente beber el generoso fruto de la vid. Y me preguntáis sobre la presencia del vino en la Biblia.  El Salmo 104 alaba al Creador que hace brotar hierba para los ganados y forraje para los que sirven al hombre (v. 14). Y afirma que el hombre “saca pan de los campos, y vino que le alegra el corazón; aceite que da brillo a su rostro, y el pan que le da fuerzas” (vv. 14-15).      

    El Señor dice al pueblo elegido: “yo daré a vuestra tierra la lluvia a su tiempo, las primeras lluvias y las tardías, y cosecharás tu grano, tu mosto y tu aceite” (Dt 11,14).      

     Algunos elementos materiales son también símbolos eficaces en la nueva alianza: el pan, el vino, el agua, el aceite y el perfume son signos sacramentales.      

     En las bodas de Caná Jesús convirtió el agua en vino, y el vino es imprescindible para la celebración de la Eucaristía.      

     San Pablo escribió a su íntimo colaborador Timoteo: “En adelante ya no bebas más agua sola, sino toma un poco de vino a causa del estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Tim 5,23).      

     Pero hay algunas referencias en la Sagrada Escritura que nos advierten sobre el peligro de un exceso. En el capítulo 23 del libro de los Proverbios leemos: “¿De quién los quejidos? ¿De quién los lamentos? ¿De quién las peleas? ¿De quién los pleitos? ¿De quién las heridas sin motivo? ¿De quién la mirada extraviada? De la gente que se pasa con el vino y anda catando bebidas” (vv. 29-30).      

      A continuación, el autor sagrado nos previene: “No mires el vino: ¡Qué tono rojizo! ¡Qué brillo en el vaso! ¡Entra suavemente! Al final morderá como serpiente, después picará como víbora” (vv. 31-32).      

     Y presenta las consecuencias: “Tus ojos soñarán quimeras, solo te saldrán incoherencias. Te sentirás como viajero en alta mar, sentado en la punta del mástil” (vv. 33-34).      

     Isaías se lamenta diciendo: “¡Ay de los que madrugan, en busca de licores, y alargan el crepúsculo, encendidos por el vino, con cítaras y arpas, panderetas y flautas, y vino en sus festines” (Is 5,11-12).      

     El Señor nos advierte: “Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida” (Lc 21,34).      

     San Pablo recomienda: “No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje” (Ef 5,18). Y también afirma: “Es preferible no comer carne ni beber vino ni hacer nada que pueda ser ocasión de escándalo para tu hermano” (Rom 14,21).      

     Hay muchas personas que creen controlar y, en realidad, no lo consiguen. El vino y las bebidas alcohólicas producen innumerabless problemas en las familias. Hay jóvenes que pasan con demasiada rapidez del botellín al botellón.       

      Alrededor de las bebidas alcohólicas intervienen el pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Y las consecuencias del exceso son la decepción, la tristeza, la amargura, la indignidad, la depresión y la enfermedad.       Es preferible mantener un tono sobrio antes que soñar quimeras, pronunciar incoherencias, sentirse como viajero en alta mar, sentados en la punta de un mástil.

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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