Domingo de al Divina Misericordia (12-4-2015)

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

      Queridos hermanos en el Señor:  

      Os deseo gracia y paz.

       La Octava de Pascua concluye con el Domingo de la Divina Misericordia. El 7 de abril de 2013 explicaba el Papa Francisco: “Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía”.      

      En la homilía de la Vigilia pascual de 2009 decía el Papa Benedicto XVI: “desde que Cristo ha resucitado, la gravitación del amor es más fuerte que la del odio; la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte”.      

      Jesucristo nos revela la verdad de Dios como Padre de la misericordia. Nos lo hace sentir cercano a quien sufre, a quien se siente amenazado en el núcleo de su existencia y de su dignidad. Muchas personas, guiadas por un vivo sentido de fe, se dirigen espontáneamente a la misericordia de Dios. Con Cristo, llenos de alegría y esperanza, pueden caminar, avanzar, sostenidos por una fuerza que viene de lo alto.      

      Celebrar la Divina Misericordia significa para nosotros reconocer una presencia decisiva e insustituible, fuerte y suave, transformadora y principio de nueva vida.  También nos permite dirigir nuestra mirada hacia las personas que llevan sobre sus hombros la pesada cruz del sufrimiento.       Nos acompaña la Virgen fiel que se consagró totalmente al misterio de la redención y aceptó, de modo humilde y ardiente, la voluntad del Señor. A Ella le rezamos: “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”. Aprendemos a mirar con María hacia Cristo y aprendemos a conducir los hombres a Cristo.      

       Al revelar el amor-misericordia de Dios, Cristo nos pide a todos que nos dejemos guiar en nuestra vida por el amor y la misericordia. Es el regalo de una fe recia y profunda, una espiritualidad alta y comprometida, una ayuda en el itinerario de la evangelización.      

      La dimensión humana de la redención nos da a conocer la grandeza del hombre, que mereció tan gran Redentor. La dimensión divina de la redención nos manifiesta el amor llevado hasta el extremo: “tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él tenga vida eterna” (Jn 3,16). Nos conmueve escuchar las solemnes palabras: “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).      

      Las parroquias, las comunidades religiosas, los movimientos, las asociaciones, las cofradías y hermandades, todas las realidades eclesiales están llamadas a dar testimonio del amor misericordioso de Dios.      

      La parroquia debe seguir siendo el centro propulsor de la vida cristiana. La parroquia tiene la responsabilidad de formar cristianos convencidos y convincentes, capaces de valorar cristianamente los acontecimientos y las decisiones.  En el Año de la Vida Consagrada reconocemos y agradecemos el testimonio evangélico de las comunidades religiosas presentes en nuestra Diócesis, su experiencia de comunión y de vida eclesial, su compromiso por hacer llegar la misericordia de Dios a través de la compasión hacia los más necesitados.  Estamos llamados a recurrir a la misericordia en el nombre de Cristo y en unión con Él.

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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