¿Cómo agradecer todo el bien que hacen los abuelos? (8-7-2018)

      ¿CÓMO AGRADECER TODO EL BIEN QUE HACEN LOS ABUELOS?            

      Queridos hermanos en el Señor:  

      Os deseo gracia y paz.

       Las abuelas y los abuelos han sido piezas fundamentales a lo largo del curso que ahora termina. Gracias a ellos ha sido posible ajustar los horarios de los niños con los de sus padres. Gracias a ellos ha sido posible que los niños llegasen puntuales a las clases, que participasen en las catequesis y en tantas actividades extraescolares que han desarrollado durante los últimos meses. Gracias a ellos se han podido realizar visitas a los médicos, consultas con los orientadores de los colegios, compras en las tiendas de ropa o de deportes, sesiones de rehabilitación, paseos, etc.  

       Y en el verano los abuelos y las abuelas abren sus casas, tanto en la ciudad como en los pueblos, limpian y preparan las habitaciones, sacan las sábanas de los armarios, hacen sitio para los triciclos y bicicletas, para acoger durante el tiempo que sea necesario a los niños y jóvenes, mientras sus padres continúan trabajando o cuando se les acaban las vacaciones.  

        Y abren sus cocinas porque los estómagos de los niños y adolescentes parecen pequeños, pero acaban con todo. Son insaciables. Todo, especialmente lo que más les gusta, es visto y no visto. Siempre hay alguno que no come bien, y ahí están los mayores para derrochar paciencia.  

        Y las lavadoras funcionan a pleno rendimiento y a todas horas. Y la ropa tendida se asemeja a las velas desplegadas de un velero que surca las aguas del mar.  Las compras de cada día no son una visita casi obligada para estirar las piernas, sino un abastecimiento de pan, bebidas, refrescos, repostería industrial, pescado (poco), carne (mucha), pasta (abundante) y fruta de temporada.  

        Y los mayores abren sus monederos y billeteros para pagar de su bolsillo todo lo necesario, e incluso algunos otros detalles en forma de golosinas, entradas para los cines, actividades deportivas, ropa de verano, tarjetas de entrada para las piscinas, arreglo de las bicicletas, alguna medicina para los desajustes de rozaduras, golpes, insolaciones, quemaduras de sol, etc. Poca cosa, pero no poco gasto.  Cuando los adolescentes piden un poco más de rienda suelta, ¡cuántas preocupaciones! Es como vivir sin vivir. Y el diálogo se vuelve un poco tenso cuando surgen las conocidas expresiones: “Mira, que se lo voy a decir a tu madre”; “Ya veremos lo que dice tu padre”.   

         Y la siesta, ¡qué tortura! No hay forma de que guarden silencio unos minutos. Resulta difícil explicarles que después de comer no es bueno zambullirse en la piscina, que la comida hay que reposarla, que el telediario está para dormirse y tener le mente fresca para el serial de la tarde.  Y así día tras día, y noche tras noche. De modo que los ancianos acaban rendidos. Rendidos, sí, pero contentos. Porque saben que su tarea es imprescindible. Porque conocen lo que significa sacrificarse y esforzarse por los demás. Porque no piden nada a cambio e incluso les salta alguna lágrima entre los ojos cansados cuando una voz infantil les dice “gracias” y les da un beso.  ¿Qué sería de nosotros sin las personas mayores? ¿Cómo podríamos aguantar el ritmo actual de vida sin su colaboración, sin su ayuda y sin su consejo? No tenemos futuro si no respetamos a los mayores. Y nuestro presente sería mucho más difícil sin ellos.  A veces, los mayores no necesitan decir ni una palabra, porque su ejemplo mueve el mundo.        

        Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

We use cookies
Este portal web únicamente utiliza cookies propias con finalidad técnica, no recaba ni cede datos de carácter personal de los usuarios sin su conocimiento. Sin embargo, contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas este portal web que usted podrá decidir si acepta o no cuando acceda a ellos.