Comentario evangélico. Sda. Familia A.

Domingo de la Sagrada Familia, 29 de diciembre de 2013, ciclo A, Mateo 2,13-15.19-23.

Plan del viaje: Judá (Israel)- Egipto- Galilea (Israel)

         El evangelio de hoy es un evangelio dinámico. Todo el rato moviéndose. De aquí para allá.  De allá para aquí.  La escena, además, teológicamente es preciosa: se trata de salvar la vida de un niño que acaba de nacer, un recién nacido que es el Hijo de Dios.  ¿Qué no harán unos padres por salvar la vida de su primer bebé?  Hoy y hace dos mil años los sentimientos de amor profundo a la vida que nace no han cambiado. Gracias a Dios.  Por eso José no va a dudar ni un momento. La orden de Dios tampoco dejaba mucho lugar a la reflexión: “Levántate y huye”. Claro, en los momentos cruciales de la vida hay que actuar con diligencia. Es un viaje familiar: José, la madre y el niño que acaba de nacer. 

        El destino de este primer viaje: de Belén de Judá a Egipto. El destino no es casual, ni elegido al azar. Para un judío piadoso solamente nombrar “Egipto” era evocar el famoso éxodo que siglos atrás había vivido su pueblo. Aquella salida del pueblo de Egipto, guiados por Moisés, había sido el evento fundador del propio pueblo de Israel.  En aquel entonces Dios se había mostrado más fuerte que el faraón y que todos sus carros y ejércitos. En el Sinaí Dios había entregado las clausulas de la Alianza a su pueblo y les había prometido su amor y protección sincera.  Egipto también fue el país fértil al que los patriarcas tuvieron que bajar para buscar comida para sus hijos y sustento para sus ganados. 

       Si en Egipto nació la primera conciencia de Israel como pueblo, ahora será en Jesús, que bajó también a Egipto, con quien comience el nuevo pueblo de Dios. Por eso, el viaje que ahora emprenden José, María y el niño es un viaje en defensa de la vida y un viaje lleno de Dios.  Es verdad que el pueblo cuando salió de Egipto también tuvo que experimentar las penalidades del desierto y de un largo viaje. Pero eran un pueblo, se podían ayudar unos a otros.  Los más fuertes apoyar a los más débiles.  Pero ahora solo viajan dos adultos y un bebé.  Fueron a Egipto y más tarde regresarían a Israel. 

       Muy difícilmente podrían haber concluido con éxito unos viajes tan largos si la mano de Dios no hubiera estado con ellos. Es bonito ver cómo en esta experiencia tan difícil y amarga (¿a quién le gusta abandonar su tierra?) que tuvieron que vivir los padres de Jesús nunca les faltó el apoyo divino.  En la dificultad también Dios está a nuestro lado. A la muerte de Herodes José recibe la misma orden.  De nuevo: “Levántate”.  Hay que ponerse en marcha de nuevo y volver a la tierra de la promesa.  Esta vez José no regresará a Judá sino a Galilea. La provincia más pobre de Israel donde el profeta Isaías había anunciado que de allí surgiría una “luz grande” que iluminaría la vida de todos los que habitaban en paraje de sombras de muerte (Is 9,1-3). Esta luz empezaría a irradiar desde una aldea muy humilde de Galilea. El que fue llamado nazareno es esta luz. Cristo es nuestra luz.

 

Rubén Ruiz Silleras.

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