Comentari Evangélico. Domingo 15 Ordinario, ciclo B.

Un bastón y nada más

      El apóstol no necesita muchas cosas, porque tiene claro que la gloria de Dios es suficiente para iluminar cualquier rincón de su existencia. Aunque sí que requiere de lo imprescindible que consiste en tener experiencia del Señor, viviendo en su compañía, y en tener fe en que la llamada/envío que ha recibido otorga la autoridad que no dan los libros ni la experiencia ni los bienes materiales ni el amor propio. Solo él basta.

      Él basta, pero quiere que los apóstoles vayan de dos en dos, porque nadie es autosuficiente y todos somos dependientes. Uno de los grandes engaños de la Modernidad es pensar que el sujeto es autónomo, que la razón es autosuficiente, que las emociones justifican el comportamiento. Nada más contrario a la idea de Dios sobre el ser humano, por eso nos ha querido pueblo, por eso nos ha querido iglesia. El cristiano autosuficiente, que rechaza las mediaciones, es incapaz de hacer milagros. Cuando Pedro va solo, se hunde.

      La misión de la que tanto hablamos tiene comienzo en la comunión y esta no es una reunión porque se comparten gustos o preferencias o porque los corazones vibran al son de una común y noble aspiración. La comunión tiene su fundamento en que él me amó primero y que él amó primero a todos y cada uno de mis congéneres. Y esta comunión es más manifiesta cuando le respondo con amor y me descubro hermano de todos los que le aman. Esta comunión es la eucaristía en la que el don se hace alimento y yo lo recibo, acercándome con mis hermanos hasta el ara en una procesión que es más que el éxodo del pueblo a la tierra prometida o su vuelta del destierro. Este pan comulgado y que es Cristo nos hace formar un solo cuerpo.

       A esta reunión están llamados todos y la única distancia que les separa de ella es el pecado, por eso la misión del apóstol es llamar a la conversión viviendo él mismo la conversión. Caminar sin “pan ni alforja ni dinero suelto en la faja” requiere conversión constante, porque la tentación de cifrar los éxitos pastorales en planes, medios y estructuras acecha siempre. Además en seguida se tiende a echar la culpa a los otros, recriminando que no viven la pobreza. Vamos a vivirla como la vivieron y la viven los mártires: siendo desprendidos no de las cosas sino de la propia vida. Esto es la autenticidad. Esto es la genuina pobreza de espíritu. Esto es lo único que nos puede hacer palpar los milagros que vienen del anuncio del Evangelio.

        María viene en nuestra ayuda y, con ella, su esposo, el santo Espíritu. Que ellos nos hagan dóciles. Así nuestra alegría será plena.

José Antonio Calvo Gracia.

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