Comentario evangélico. Pentecostés, ciclo C.

Gozo eterno
       En las misas del domingo de Pentecostés, cantamos la secuencia Ven, Espíritu divino que culmina con varias súplicas: “reparte tus siete dones”; “dale al esfuerzo su mérito”; “salva al que busca salvarse” y, finalmente, “danos tu gozo eterno”. En estas peticiones, aparece combinado el don espiritual -el Espíritu- con la colaboración humana, con el esfuerzo y con la fe. Si comienzo así, es para recalcar que el Espíritu Santo no anula la naturaleza ni la libertad humanas. El don del Espíritu Santo es costoso, porque hasta que no ha acontecido la Pascua del Señor es tan solo una promesa, después de su muerte y de su resurrección es una presencia fructificadora.
       Su muerte y su resurrección. El Señor que nos ofrece la paz y nos envía, sopla sobre los apóstoles y sobre los demás miembros de ese cuerpo vivo que es la Iglesia apostólica, otorgando el don del Espíritu, es el Señor resucitado que conserva en las manos y el costado las heridas de su pasión. Heridas que ya no son signo de muerte, sino expresión de la total apertura y donación de la vida eterna y de la nueva condición de hijos de Dios. Pero la pasión y la muerte han sido una realidad en el Hijo de Dios. A Jesucristo le ha costado la vida donar el Espíritu. A nosotros nos sale gratis recibirlo. Sin embargo, tras recibirlo es necesario seguir recibiéndolo y seguirlo: aquí está el combate espiritual y el combate en el Espíritu. Recibir al Espíritu Santo, con el perdón de los pecados, dispone al martirio: el martirio que están sufriendo nuestro hermanos perseguidos y el martirio del ir contracorriente al que estamos llamados todos los que no sufrimos una persecución directa.
       Martirio. ¿Acaso no es al martirio a  donde nos envía el Señor resucitado? “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Enviados a anunciar el Reino y la conversión, enviados a dar la salvación, enviados a dar la vida en rescate por muchos, enviados a la Jerusalén que “mata a los profetas”. Pero enviados con Cristo, por Cristo y en Cristo. Enviados y ungidos para que los frutos de la Pascua y el agua que salta hasta la vida eterna se conviertan en la ley nueva que anime al mundo. María, puerta de la Misericordia y reina de los mártires, nos acompaña en la espera de un nuevo Pentecostés: el que acontece hoy.
      


José Antonio Calvo

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