Comentario evangélico. Domingo 15 Ordinario, ciclo C.

Aprojimación”


      Bombardea oídos y corazón del que tiene despierta su humanidad, despertando la huella que Dios ha dejado en el alma de todos los seres humanos al crearlos. Una parábola que deja sin alternativa de respuesta a quien plantea preguntas capciosas al Señor, que es palabra definitiva en el orden de la revelación y nombre definitivo en el orden de la salvación. Esto es lo primero que hemos de constatar en la parábola de Jesús: sí, habla de projimidad o proximidad, pero desde su fundamento. Jesucristo es el buen samaritano que me amó y se entregó por mi. Por eso, yo puedo amarte y entregarme a ti, como sacerdote. Por eso, puedes amarte y entregarte a tu esposa. Por eso, puedes amar y entregarte a tus hermanos.  Por eso, podemos amar y entregarnos a todo prójimo.
       Por eso San Agustín, en su sermón 365 lo explica bien: el Señor es “el piadoso Samaritano que bajó en nuestra ayuda”. Él lava mis heridas con su vino, ¡con su sangre! Él me lleva a la posada, que es la Iglesia y “quien habita allí es el Espíritu Santo”. Él es quien “sacó de su costado herido la moneda con que pagó por nosotros, miserables, al posadero”. Creo que no hay lectura más profunda y más preciosa. Una lectura que nos lleva a la adoración y a vivir en la placenta que es la Iglesia y en la que, por los sacramentos, nuestra vida es Cristo. Luego, ya vendrán las interpretaciones morales, pero primero tengo que vivir y reconocer que he sido salvado, que estoy siendo salvado por esa ofrenda sacrificial que no deja de ofrecerse por mi “desde donde sale el sol hasta su ocaso”.
       Por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos aproxima y nos aprojima al Padre y a los hermanos. Así, san Agustín continúa diciendo “prendió fuego a su aceite para iluminar nuestras tinieblas e hizo luz”. Solo en esta luz podemos servir a los hermanos como Cristo nos ha servido a nosotros. Con esta luz ardiente que es caridad amamos como el mismo Cristo. Sin ella, nuestro hacer autónomo será “un metal que resuena o un címbalo que aturde”. Sin ella, “será nada”. Con María, puerta de la Misericordia, por la que accede a la historia el Buen Samaritano, seremos hijos.


José Antonio Calvo

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