Comentario evangélico. Domingo Pentecostés A.

RECIBID EL ESPÍRITU SANTO

       Celebramos la Solemnidad de Pentecostés con la que damos fin al tiempo Pascual. Las lecturas de este domingo  proclaman, de manera especialmente armónica, la presencia del Espíritu Santo en el inicio de la Iglesia y las consecuencias de la misma.
       Después del relato de la primera lectura, en el que el libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra el espectacular momento de la venida del Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, encontramos una segunda imagen del envío del Espíritu en el Evangelio, mucho más discreta. En el primer episodio el don del Espíritu Santo se representa por la fuerza de un viento recio. En el segundo por la respiración apacible de Jesús Resucitado, que derrama sobre ellos su paz y su Espíritu.
       La escena del Evangelio está llena de matices que nos ayudan a vivir con más intensidad esta fiesta. Jesús exhala su aliento sobre sus discípulos y les llena del  soplo de Dios. La escena evoca el momento de la Creación del hombre (Gen 2, 7) cuando Dios insufla su aliento en la figura
de barro y le da la vida. Ese soplo que reciben la tarde del día de la Resurrección los Apóstoles les llena de la vida misma de Dios. Con ellos, cada uno de nosotros que hemos sido bautizados y
confirmados, pasamos a pertenecer de  una manera nueva a Dios que el Señor mismo nos entrega. La lectura del Evangelio nos invita a esto: a vivir siempre dentro de la respiración de Jesucristo, recibiendo vida de él, de modo que él pueda inspirar en nosotros vida auténtica, la vida que ninguna muerte puede quitar jamás.
  Esa nueva vida, Jesús la asocia al poder de perdonar. En el relato del libro de los Hechos de los Apóstoles contemplamos la acción del Espíritu que franquea fronteras y nos conduce hacia los demás. La fuerza que abre y permite vencer la herencia de Babel, la división producida por las distintas lenguas, es la fuerza del perdón. “Jesús puede conceder el perdón y el poder de perdonar porque él en sí mismo sufrió las consecuencias del pecado y las disipó en  la llama de su amor. El perdón viene de la cruz; él transforma el mundo con el amor que se entrega. Su corazón abierto en la
cruz es la puerta a través de la cual entra en el mundo la gracia del perdón. Y solamente esta gracia puede transformar el mundo y construir paz”. (Benedicto XVI, Homilía Pentecostés 2005).
       Para que todo aquello ocurra, el Resucitado tendrá que traspasar unas puertas cerradas. Nosotros también cerramos nuestras puertas. Nos aislamos de los demás y de Dios. Vivimos de espaldas a lo  que significa la presencia de Dios en nuestras vidas y las consecuencias prácticas
que de ella se deducen. La presencia del Espíritu en nosotros debe movernos a superar esa situación: nos hacemos receptores y participes del amor de Dios. Nuestro reto: intentar llevar ese amor a la
sociedad en que vivimos sin miedo, llenos de esperanza.
       Hoy, como entonces, la fuerza del Espíritu Santo viene a renovar a su Iglesia, y con ella y en ella, a todos los bautizados que en este día estamos culminando el Camino Pascual.

† Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín

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