La clase media de la santidad (2-11-2014)

LA CLASE MEDIA DE LA SANTIDAD

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      El Papa Francisco dijo en la Basílica de San Pablo Extramuros el 13 de abril de 2013: “Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos "ocultos", una especie de "clase media de la santidad", como decía un escritor francés, esa "clase media de la santidad" de la que todos podemos formar parte”.  

      El escritor Joseph Malègue no concluyó su obra “Las clases medias de la santidad” publicada en 1958. Para él no existen solamente los santos de primera categoría, sino que hay también almas modestas que merecen ser reconocidas como santas.  

     La Solemnidad de Todos los Santos nos invita a agradecer el testimonio de tantas personas que han vivido su fe en medio de grandes o pequeñas dificultades y en contextos sin aparente relieve. Padres y madres de familia que se han sacrificado hasta el heroísmo por formar una familia sólida y que han sabido prescindir de casi todo (tiempo, descanso, bienestar, salud) para dar una buena formación a los hijos y educarlos con sencillez y austeridad. Personas enfermas que han convertido el lecho del dolor en ofrenda constante al Señor desde una adhesión firme y gozosa al proyecto de Dios sobre sus vidas. Emigrantes que han dejado su tierra para llevar un poco de pan a los suyos. Misioneros capaces de entregar su vida con un trabajo infatigable y una dedicación extenuante. Catequistas que van creciendo en años y en sabiduría, y que comienzan cada año con ilusión renovada, aunque concluyeran el curso precedente con el deseo de pasar el relevo a otras manos y otros corazones. Sacerdotes que son conocidos por su capacidad de esfuerzo y reconocidos por su entrega incondicional. Religiosos que mantienen intacto el “amor primero” en medio de un mundo cambiante. Religiosas que saben mucho de generosidad y de paciencia, de ternura y de acompañamiento. Seglares conscientes de que también ellos han recibido la llamada universal a la santidad.  

     No se trata de la mediocridad, ni de la medianía. No es que todas estas personas carezcan de valores relevantes. Al contrario, poseen grandes valores, pero los viven en situaciones corrientes, sin publicidad, sin grandes repercusiones externas, sin propaganda. 

     Son santos porque han dejado una huella imborrable a través del testimonio de sus vidas. Han alcanzado la altura de la santidad porque han sabido vivir en clave de alianza con el Señor y desde la entrega a los hermanos. Son santos porque se han sentido siempre necesitados de purificación y han buscado sin cesar la conversión y la renovación. Son santos porque fueron conscientes de ser pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo y en camino continuo como peregrinos. Son santos porque han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios. Son santos porque se han dejado iluminar y guiar por la luz de la fe. Son santos porque han vivido la esperanza y han sostenido la esperanza de quienes los rodean. Son santos porque han vivido la caridad, que es el alma de la santidad. 

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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