La resplandeciente santidad de la Virgen Inmaculada y la Vela Solidaria. (6-12-2015)

LA RESPLANDECIENTE SANTIDAD DE LA VIRGEN INMACULADA Y LA VELA SOLIDARIA

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      Alrededor de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, Manos Unidas nos propone la iniciativa de la vela solidaria. Ser Inmaculada no es un privilegio que sitúe a la Virgen María fuera de la historia, distante de nuestros aconteceres cotidianos, sino que es el punto de partida de una historia nueva, de una realidad emergente, de una capacidad renovada para asumir el proyecto de Dios, para cumplir el designio de amor que, desde la eternidad, abarca a toda la humanidad y a cada persona en concreto.       Con María Inmaculada comienza una esperanza fundada que nos asegura que el imperio del mal no es irremediable, que el peso del pecado no es invencible, que la noche oscura tendrá fin y que la sombra de la muerte no se cierne inexorable como un destino fatal.      

      María nace toda santa, llena de gracia, abierta totalmente a la acción del Espíritu Santo, como nueva creatura de una humanidad que comienza a vislumbrar un destello de luz. Los dones y privilegios de la Virgen María siempre están referidos a Jesucristo.      

      El Concilio Vaticano II afirma: “no hay que admirarse de que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa, libre de toda mancha de pecado, como si fuera una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo” (LG 56). Y presenta a María “enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo nueva” (LG 56).      

      Una resplandeciente santidad del todo nueva. Una santidad luminosa, que despide rayos de luz, una luz muy clara. La vela solidaria es un humilde reflejo de una luz creciente.      

      La creación comienza con la luz. “Dijo Dios: "Exista la luz". Y la luz existió” (Gn 1,3). Dios separa la luz de la tiniebla. La luz es la realidad que guía toda la obra de la creación. El cielo, el mar, la tierra, las plantas, los astros, los peces, las aves, los animales, el hombre “nacen a la luz”. La luz está estrechamente unida a la vida, y el hombre viene a la luz, busca la luz, camina en la luz, huye de las tinieblas, es hijo de la luz o del día, realiza las obras de la luz.        

      En la Biblia se desarrolla un vocabulario construido con el símbolo de la luz. Hay una fuerte oposición entre las tinieblas, símbolo del pecado y de la muerte, y la luz, expresión de la salvación y la vida. Las tinieblas se identifican con la noche, el tiempo del delito, la angustia y el miedo.      

      Los profetas recuerdan que el pueblo elegido debe “caminar en la luz” y “difundir la luz”. En los libros sapienciales la luz es símbolo del bien, de la vida, de la felicidad. Las tinieblas son el símbolo del peligro, de la enfermedad, del dolor y de la muerte.      

       En Jesucristo converge toda la densidad bíblica, simbólica y existencial, que encierra y evoca el término “luz”. En su venida “nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1,78-79). Su destino consiste en ser “luz para alumbrar a las naciones” (Lc 2,32). Jesucristo es la “luz verdadera” (Jn 1,9). Él puede decir: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12).      

        Los cristianos estamos invitados a “caminar en la luz” y a recordar lo que afirma San Pablo: “todos sois hijos de la luz e hijos del día” (1 Tes 5,5). La vela solidaria nos recuerda la necesidad de llevar luz allí donde hay oscuridad, necesidad y sufrimiento.              

        Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca.

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