¿Es posible vivir la esperanza? (29-11-2015)

¿ES POSIBLE VIVIR LA ESPERANZA?

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      En su Primera carta a los Tesalonicenses, san Pablo recuerda ante el Padre “la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor” (1 Tes 1,3).      

      Hoy comenzamos el Adviento y sería muy conveniente que nos preguntásemos sobre la firmeza de nuestra esperanza. A nuestro alrededor descubrimos signos de desesperanza y desesperación, signos de depresión e inquietud.      

      Los niños padecen las consecuencias de los conflictos familiares, de los desencuentros entre los padres. Se dan cuenta de todo lo que sucede a su alrededor, son muy sensibles ante el sufrimiento y, dentro de ellos, brota la semilla, el anhelo, de una situación diferente.       

      Los jóvenes perciben un horizonte difícil y complejo; se preguntan si merece la pena el esfuerzo por prepararse para un futuro incierto en el que atisban más interrogantes que respuestas en su vida personal, más inseguridades que certezas en su vida laboral, más inquietudes que realidades en la vida social.      

      Los adultos, inmersos en un cambio de época, se interrogan sobre la validez y consistencia de lo que se ha construido hasta ahora, y que se ha mantenido constante durante generaciones, pero no consiguen ver con nitidez el horizonte de un mañana mejor.      

      Los ancianos mantienen viva la memoria, son testigos de la historia, pero sus fuerzas son decrecientes y su esperanza languidece. Experimentan, con frecuencia, nostalgia, vuelven la mirada hacia atrás y el recuerdo del pasado se convierte en un lastre, en lugar de impulsar, como un estímulo, para vivir con pasión el presente y construir con esperanza el futuro.      

        No es lo mismo esperar que tener esperanza. No es lo mismo aguantar que mantener viva la mirada en Jesucristo. No es lo mismo vivir que sobrevivir.      

        Benedicto XVI escribió: “se nos ha dado una esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (Spe salvi, 1).      

        Jesucristo vino ayer al mundo en su venida histórica proclamada en el Evangelio. Jesucristo viene hoy en una venida misteriosa, pero real, en la Sagrada Escritura, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, y se hace reconocible en los pobres. Jesucristo vendrá definitivamente, en su última venida, visible y gloriosa, al final de los tiempos, porque todo ha sido creado por Él y para Él y todo tiene su consistencia en Él.      

        Durante este tiempo de Adviento, que también inaugura un nuevo año litúrgico, nos acompañarán el anuncio del profeta Isaías, la exhortación de Juan el Bautista y la fidelidad ejemplar de la Virgen María. Son destellos de la luz que llega con Jesucristo.      

         El Señor viene a transformarnos, a liberarnos de la desesperanza y de la desesperación, a sanarnos de la depresión profunda en la que vivimos cuando no sentimos que Él está a nuestro lado y nos acompaña. Jesucristo viene para hacernos salir de la cárcel de nuestro egoísmo conocido y reconocido.      

         “En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y ella la acogió con todo su ser, en su corazón, para que tomase carne en ella y naciese como luz para los hombres” (Francisco, Lumen fidei, 58).  

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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