"Resucitó de veras mi amor y mi esperanza" (27-3-2016)

“¡RESUCITÓ DE VERAS MI AMOR Y MI ESPERANZA!”            

    Queridos hermanos en el Señor:      

    Os deseo gracia y paz.        

     Jesucristo ha resucitado. Su cuerpo es verdadero, pero sin los condicionamientos del cuerpo mortal, libre de las leyes de la materia, incorruptible y glorioso. Proclamamos en la Secuencia pascual: “Lucharon vida y muerte / en singular batalla / y, muerto el que es la Vida, / triunfante se levanta”.      

     San León Magno escribe: “tu cruz es ahora fuente de todas las bendiciones y origen de todas las gracias: por ella, los creyentes encuentran fuerza en la debilidad, gloria en el oprobio, vida en la misma muerte”.      

     El acontecimiento admirable de la resurrección del Señor es el misterio central de nuestra fe, el fundamento de nuestra vida, el corazón del cristianismo. Cada creyente y cada comunidad eclesial tenemos oportunidad de encontrarnos con Jesucristo crucificado y resucitado, y de esta experiencia surge una íntima amistad.  Del costado abierto de Cristo brota la vida sacramental, el agua del bautismo y la sangre de la eucaristía. Sus cicatrices no manifiestan solamente el dolor vivido desde dentro, sino que expresan el caudal de vida que brota hacia el exterior impetuosamente. A través de las llagas de Cristo vemos, con ojos de esperanza, los males que afligen a la humanidad. Y vemos, también, la sobreabundancia de la gracia, de la misericordia y del perdón.      

     Escuchamos el testimonio de los discípulos, reflejado en una vida totalmente transformada, consecuencia del encuentro con el Señor resucitado. Los discípulos son testigos de que se trata del mismo Jesús con el que convivieron antes de su muerte. No es un fantasma, ni una idea, ni un mito. No es un símbolo que se materializa en un programa. No es que su causa se prolongue en sus seguidores. Se trata de una persona bien concreta: el Maestro, el Señor, el Hijo de Dios hecho hombre.      

       Con la resurrección de Jesucristo comienza el nuevo y definitivo cómputo del tiempo. La Vigilia pascual es la madre de todas las vigilias. Desde esta solemnidad se determina todo el calendario litúrgico. La historia se encamina hacia su genuina orientación. Hay un antes, un durante y un después. Un tiempo de preparación y expectativa, un después totalmente nuevo. Y un tiempo intermedio para vivir con intensidad el sentido y las consecuencias del triunfo del Señor sobre la muerte.      

      Con Jesucristo resucitado desaparecen el llanto, la aflicción, el luto y el dolor. La resurrección de Jesucristo nos permite vivir las realidades cotidianas con nuevo impulso, con mayor confianza. Podemos afrontarlas con valentía y decisión.      

      Contemplamos al Señor resucitado, pero también sentimos cómo Él nos mira desde la orilla definitiva. Su mirada revitaliza nuestra fe, disipa nuestras dudas, enciende en nuestros corazones el ardor de un testimonio más exigente y comprometido, permite que nuestra miseria humana participe en su victoria santa. Él mismo nos dice que ya no morirá y que sigue vivo. Él es el Cordero inmolado, es nuestra vida, nuestra resurrección, nuestra luz y nuestra salvación.      

      Bendecimos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos regenera para una esperanza viva, para una existencia más plena y gozosa.      

      ¡Feliz Pascua!            

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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