Desde la coronilla hasta la punta de los pies (25-12-2016)

DESDE LA CORONILLA HASTA LA PUNTA DE LOS PIES
     
      Queridos hermanos en el Señor:
      Os deseo gracia y paz.
      Un afamado director de cine, Martin Scorsese, rememoraba en una reciente entrevista su pasado infantil como monaguillo, una época en la que desarrolló un profundo sentido de lo sagrado, y afirmaba: “cuando era joven (…) al salir a la calle después de misa, me preguntaba ¿cómo puede seguir la vida su curso tal cual? ¿Por qué no ha cambiado nada? ¿Por qué el mundo no se ve directamente afectado por la sangre y el cuerpo de Cristo? De esta forma experimenté la presencia de Dios siendo muy joven”.
      También nosotros nos preguntamos: ¿Cómo puede seguir la vida su curso ordinario después de cada Eucaristía? Y en este día de Navidad nos interrogamos: ¿Cómo puede seguir todo igual después del nacimiento de Cristo?
      El beato Pablo VI se preguntaba: “¿No es normal que tengamos alegría dentro de nosotros cuando nuestros corazones contemplan o descubren de nuevo, por la fe, sus motivos fundamentales? Estos son además sencillos: Tanto amó Dios al mundo que le dio su único Hijo; por su Espíritu, su presencia no cesa de envolvernos con su ternura y de penetración con su vida; vamos hacia la transfiguración feliz de nuestras existencias, siguiendo las huellas de la resurrección de Jesús. Sí, sería muy extraño que esta Buena Nueva, que suscita el aleluya de la Iglesia, no nos diese un aspecto de salvados” (Gaudete in Domino, 71).
      En Navidad experimentamos un estremecimiento que nos llega desde la coronilla hasta la punta de los pies, una interna conmoción que nos sacude, un destello de luz fulgurante. Nos envuelve un inaudible murmullo. Vivimos un emocionante encuentro. Sentimos ganas de gritar, de salir por los caminos para anunciar en voz alta, de modo que no haya ningún rincón donde no resuene la Buena Noticia. El misterio del Enmanuel “Dios-con-nosotros” (Mt 1,23). El mismo que nos asegura: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). El mismo que promete: “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20). No estamos solos. Dios no se olvida de nosotros. No nos abandona.
      Algo pasa; mejor, Alguien viene para quedarse, para compartir nuestras angustias y sufrimientos. Dios en persona nos habla, pronuncia su Palabra definitiva.
      La vida no puede ser igual. Mi vida está llamada a cambiar, a mejorar. Las cosas no pueden seguir de idéntico modo a como lo han sido hasta ahora. ¿Nos damos cuenta de la grandeza que celebramos? ¿Valoramos en su justa medida el significado del misterio que se nos regala? San Ireneo decía de Jesucristo: “Ha traído toda novedad con traernos su propia persona”.
      San Zenón de Verona escribió: “¡Oh cosa insólita! Por amor a su imagen lloriquea Dios, encerrado en un niño, y soporta ser ligado con pañales el que había venido a desligar a todo el mundo de sus deudas. En el pesebre de un establo es colocado el pastor de los pueblos. Como hombre débil, lo sufre todo, para que al hombre, caído bajo la ley de la muerte, le sea concedida la inmortalidad” (Sermón sobre el nacimiento de Cristo).
      San Juan Pablo II dejó escrito: “El cristianismo comienza con la Encarnación del Verbo. Aquí no es solo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en Persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo” (Tertio millennio adveniente, 6).
      Escuchemos las palabras de san León Magno: “Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida”.
      ¡Feliz Navidad!
      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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