Jesús transfigurado (12-3-2017)

JESÚS TRANSFIGURADO

      Queridos hermanos en el Señor:      

      Os deseo gracia y paz.

       La escena de la transfiguración nos impresiona por la multitud de rasgos que presenta. Y sabemos que no se trata de un episodio del pasado. No es un suceso que nos resulte ajeno, porque también nosotros hemos vivido momentos en que Jesús aparece radiante, con un peculiar destello de luz, resplandeciente.  Y un día, de un modo sorprendente, descubrimos nuevas facetas, hasta ahora ignoradas, de la personalidad de Jesús. Una palabra suya, que hemos escuchado muchas veces, resuena con especial intensidad dentro de nosotros. Un milagro que revela su identidad aparece, de repente, novedoso y seductor. Una parábola sencilla se convierte en un potente manantial de vida y de sentido. Un gesto de acogida y de amor hacia alguien socialmente despreciado conmueve nuestras entrañas. Seríamos capaces de dar la vuelta al mundo para anunciar a Jesús a quienes todavía no lo conocen.      

       Su mirada nos fascina; sus palabras suenan actuales; su estilo de vida nos interpela; su mensaje, que en ocasiones ha sido enunciado más que anunciado, nos compromete e impulsa.      

       Jesús ama; saborea la amistad; disfruta encontrando compañía; comparte su tiempo; se agota caminando por los polvorientos senderos; contempla la creación como relato de amor y propuesta de colaboración con su Padre; se asombra ante la fe de los más sencillos; enseña como Maestro definitivo; multiplica los panes escasos; se retira en el silencio de la noche para orar; cura a ciegos, leprosos, tullidos y sufrientes; descansa en medio de la tormenta; invita a echar las redes cuando todo apunta al fracaso; soporta incomprensiones y rechazos; aguanta dolores y burlas; perdona y disculpa a quienes no saben lo que hacen; entrega su espíritu en manos del Padre y triunfa sobre la muerte para darnos vida.       Nace pobre, vive pobre y muere pobre. Él, que es el origen y la meta de todo. Él, que todo lo sustenta. Él, en quien toda la creación y la historia encuentran su razón y sentido. Él, que transforma el pan y el vino en memorial de su presencia.      

     Junto a Él nos sentimos mirados con ternura, amados en profundidad, comprendidos desde dentro, acompañados sin cesar, perdonados con misericordia, animados por su Espíritu.      

     Los milagros que Jesús realiza, como signo y como comienzo, contienen la promesa de que el mundo se orienta hacia la salvación. Son como brotes de luz que anticipan el amanecer definitivo de un tiempo que todavía no conocemos y hacia el cual caminamos de su mano.      

      Las palabras que Jesús pronuncia tienen la densidad de los siglos, de los milenios, de la eternidad; y, al mismo tiempo, la frescura de una Buena Noticia grande, espléndida e inédita. Palabras que nunca nadie había pronunciado.      

      Los discípulos que Jesús elige para que estén con Él y para enviarlos en su nombre, resumen las contradicciones y posibilidades de todos los seres humanos. Necesitarán la fuerza del Espíritu Santo para encontrar el sendero adecuado que les llevará hasta los confines del mundo.      

       Y ahí estamos nosotros: en el grito apremiante del leproso; en la curiosidad de Zaqueo; en el amor apasionado de Pedro; en la contradicción del “antes” de Pablo, que se transforma en un “después” de seguimiento fiel y de anuncio misionero; en la sorpresa de la samaritana; en el clamor de las multitudes en Jerusalén; en el rechazo cobarde de las gentes; en la traición de Judas y también en la súplica del buen ladrón.      

      Y a Jesús, que es la memoria viva del amor sin límites, le decimos: “Acuérdate de mí”.             

       Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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