Ha resucitado (24-4-2011).

HA RESUCITADO

 Queridos hermanos en el Señor:
 Os deseo gracia y paz.
 No decimos solamente “resucitó”, como si se tratase de un acontecimiento del pasado. sino que afirmamos “ha resucitado”, porque el efecto de su resurrección se hace vivo, actual, presente.
      La resurrección de Jesucristo es el punto central de la historia, la clave de bóveda de nuestra fe, el anuncio gozoso que transforma la noche en día, la oscuridad en luz, el silencio en palabra viva, el hambre y la sed en alimento permanente, la muerte en vida.
      No busquemos entre los muertos a quien está vivo, es más, a quien es “la resurrección y la vida” (Jn 11,25). No nos empeñemos en transitar por sendas perdidas, caminemos junto al Señor, orientemos nuestro sendero hacia quien es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Dejemos que Él nos acompañe, como a los discípulos de Emaús: “Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos” (Lc 24,15).
      A lo largo del tiempo de Cuaresma hemos escuchado con mayor profundidad, intensidad y aprovechamiento la Palabra de Dios. También la escuela de la Pascua tiene como primera lección la escucha atenta, constante y orante de la Palabra de Dios. Hemos de regresar una y otra vez a la Sagrada Escritura. Es la fuente, el sustrato y el nutrimento capital de nuestra fe y de nuestra vida. Es siempre viva y eficaz, actual, interpelante, dirigida a todos. La Palabra de Dios es la gran maestra, la gran educadora de nuestros ojos y de nuestro corazón. Es la gran maestra y descubridora de la Pascua.
      La escuela de la Pascua es la escuela del discipulado. Para ser testigos antes hay que ser discípulos. El discípulo es el que está a la escucha y en la compañía del Maestro. Es aquel que experimenta y conoce su sabiduría, su grandeza y su amor. Es quien participa de su vida.
      Nos dice san Pablo: “si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba” (Col 3,1). La escuela de la Pascua, al purificar nuestra mirada y nuestro corazón, nos enseña a mirar “más arriba”, a buscar las “cosas de allá arriba”, donde está Cristo el Señor. La resurrección de Cristo instaura en nuestros corazones un principio de nueva vida.
      Decimos en la secuencia: “¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? -A mi Señor glorioso, la tumba abandonada,  los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”.
      La Pascua es el tiempo de la Iglesia. “Ahora os toca a vosotros”, parece decirnos el Señor Resucitado cuando nos muestra sus llagas -el ministerio eclesial de la caridad-, su Palabra -el ministerio eclesial docente-, y su pan tierno y partido -el ministerio de santificar-. Ahora nos toca a nosotros y tenemos cincuenta días consecutivos y todos los domingos del año -la vida entera, en definitiva- para reconocer y ser testigos del Resucitado, la mejor noticia y realidad de toda la historia de la humanidad.
      Sí, la Pascua es la vocación de la Iglesia. Es su destino.
 Hoy en la liturgia todo es nuevo: el pan, la luz, el agua. Nosotros mismos somos  personas nuevas. Hemos renovado nuestra condición de bautizados. Esta actitud consiste en saber ver y juzgar con ojos y corazón nuevos.
      La alegría es la característica de los textos bíblicos y litúrgicos de la Pascua. La alegría es el grito, el clamor de los testigos del sepulcro vacío y del Señor Resucitado. Se trata de una alegría exultante y a la vez serena, de una alegría contagiosa y expansiva, de una alegría confiada y esperanza.
      ¡Feliz Pascua!
      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Huesca y de Jaca.

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