Comentario evangélico. Domingo de Pascua, ciclo A.

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, ciclo A. 20 de abril de 2014. Juan 20,1-9

La mañana más luminosa de la Historia


      Aún no había amanecido completamente y ya María Magdalena se puso en camino hacia el sepulcro.  Será ella la que descubra la losa quitada del sepulcro y la que rápidamente vaya a avisar a los discípulos. Empiezan las carreras: María corre al encuentro de los discípulos. Todavía no cree en la resurrección por eso sus palabras suenan a angustia: Jesús no solo está muerto sino que encima ha desaparecido su cuerpo. Tampoco todavía creían completamente Pedro y Juan. Si alguien se había llevado el cuerpo de Jesús esto era un problema. Las autoridades judías les podían acusar a ellos mismos, a los discípulos, del robo. Es de imaginar que en sus corazones se atropellarían las preguntas: ¿pero para qué se han llevado el cuerpo de Jesús? Por eso siguen las carreras:  Pedro y Juan corren en dirección al sepulcro.  Habían querido mucho a Jesús en vida, no podían permitir que se hiciera ningún agravio con su cuerpo.
      Una vez llegados al sepulcro Juan, en señal de respeto, no entró hasta que lo hiciera Pedro. Una vez dentro, no parece que un sudario enrollado y colocado en un sitio aparte sea la obra de un ladrón que actúa rápidamente. Sería difícil imaginarlo enrollando cuidadosamente el sudario.  No, el sepulcro no ha sido testigo de un robo.  El sepulcro ha sido testigo de la resurrección de Jesús. No hubo testigos que pudieran levantar acta de este momento crucial, Dios así lo dispuso. Hace unos años, un documento oficial de la Iglesia describía bellamente este momento: “la resurrección aconteció en el silencio de Dios”.
      Estos buenos amigos de Jesús recordarían entonces lo que Jesús les había repetido en varias ocasiones: “se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará”. (Marcos 10,34). Sí, allí, en esa fría habitación excavada en la roca, en el sepulcro, Juan y Pedro comprendieron lo que había pasado. Esa noche y en ese lugar se había verificado, cumplido y realizado la promesa más definitiva de Dios.  Tiempo más tarde, Pedro en un discurso ante el Sanedrín relatará sin género de dudas lo que había pasado aquella noche en el sepulcro: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús…” (Hch 5,30).
      Hoy es la santa mañana de la Pascua. Nosotros ya no podemos entrar en el sepulcro, a ver el sudario de Jesús.  No nos hace falta, hoy creemos en su resurrección. La fuerza de la Resurrección de Jesús ha cambiado la historia, la vida de tantas y tantas personas que han –hemos- encontrado en la fe en Cristo el sentido último de nuestra vida.  Y eso solo puede ser motivo de alegría, de inmensa alegría.  Digámoslo al mundo: Dios, el Eterno, ha resucitado a Jesús, porque nos ama profundamente y Cristo resucitado es el mejor y mayor regalo que nos podía hacer.
       Hoy, por tanto, es tiempo de alegría, es la Pascua.   ¡Muy feliz Pascua de resurrección a todos!


Rubén Ruiz Silleras.

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